Capítulo 24: "Incitado por la curiosidad"

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     No esperaba otra respuesta de su parte. La calidez de su respiración y caricias, eran sensaciones que mi piel demandaría por siempre. Nos quedamos en ese lugar, nuestro lugar, durante un par de horas antes que el frescor nos hiciera devolvernos a la casa arrastrando el colchón, mientras reía cuando le contaba sobre las veces que caí, por los empujones que me propinaron los siberianos.

     Luego de sacudirle las pequeñas ramitas y hojas secas, dejamos el colchón sobre la base de la cama y, posterior a ello, Gerard, preparó la tina para ambos. Sus brazos se cruzaban por delante de mis hombros, mientras sus manos se escondían dentro de la espuma. Me encontraba entre sus piernas, con la espalda sobre su torso, el agua espumosa se sentía demasiado agradable, ya que jamás había tomado un baño de tina, y menos, con alguien abrazándome. Ladeé mi rostro para mirarle, yacía con la cabeza apoyada contra la baldosa de la pared y los ojos cerrados, entonces, recosté mi nuca sobre su hombro y, al notar mi movimiento, se inclinó para comenzar a besarme muy despacio. Elevó sus manos desde el agua y las cruzó con intención de abrazarme más fuerte; existía una mezcla sonora entre el líquido cayendo desde sus brazos y nuestras bocas, lo suficientemente mojado como para erotizar mis pensamientos, por lo tanto, detuve el beso y aclaré la garganta, esbozando una sonrisa.

     —Mañana comienza el mes más festivo de este pueblo —comentó dejando un camino de besos sobre la curva de mi cuello—, ¿te gustaría ir?

     —¿Qué habrá? —pregunté curioso.

     —Música, comida, juegos, cosas típicas. Quizá, concursos, no lo sé, pero es el tiempo en donde ves más personas en la plaza central.

     —Suena divertido, y sí, me gustaría.

     Después de terminar con el baño, comimos y nos fuimos a acostar, arropándonos bajo la calidez de las cobijas. Gerard, como de costumbre, no tardó en dormirse, pero estuvo quejándose durante las primeras horas, mientras dormía; le susurré y acaricié suavemente, para que saliera de sus sueños inquietos, lo cual me preocupaba y, probablemente, era producto de la intensidad emocional que desahogó durante la tarde. Cuando se normalizó, inhalé profundamente, el aroma a miel del jabón espumoso que desprendía nuestra piel, recordando la dulzura de cada instante de la primera vez entregándonos.

*

     Leía un libro de cubierta gruesa y azul. Era otro diferente al que debía finalizar, y reí en mi interior al comprobar que jamás completaba la lectura de ninguno, siempre solía saltarse a otro que llamara más su atención. Parte del cabello caía sobre su frente y párpados, sostenía de una manera amorfa aquel libro, tanto, que su dedo meñique se veía alejado de los demás, al extremo que parecía querer abandonar su mano; lucía tranquilo, concentrado y ensimismado, tan opuesto a su faceta de deseo que, mi piel se erizaba ante ese contraste absolutamente llamativo para mí. Su versión frágil y vulnerable, acongojaba mi corazón, comenzando a mostrarme trozos de su personalidad que nunca antes había visto, y eso, más que causarme asombro, me hacía sentir bien conmigo mismo, por una extraña razón.

     Quería decirle frases que expresaran lo fantástico que había sido hacer el amor, lo increíblemente aturdido que me mantenía en el acto, recalcarle la suavidad de su piel, incluso, sentía la necesidad de agradecerle por estar conmigo, pero todo ese montón de pensamientos me parecían demasiado melosos, entonces, mi boca sólo pudo decirle que le amaba, bajito, desde la gran roca donde me encontraba sentado. Pareció escucharme, alzó su vista por sobre el libro, para luego detener su lectura cerrándolo y dejándolo en uno de los pequeños escalones de la entrada; se puso de pie y avanzó hacia mí, noté que el extremo de su nariz se veía levemente rosa, probablemente estaba helada, aunque tuviese una bufanda verde olivo rodeando su cuello.

ᴜɴᴋɴᴏᴡɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora