Al entrar a mi habitación, pude quitarme la enorme mochila que cargaba mi espalda, aquella que contenía todas las miradas acumuladas desde que salí de la ferretería.
Vacié mis pulmones, horriblemente exhausto, aunque el peso no fuese físico ni palpable, y me lancé sobre la cama como un saco de piedras. Debía lograr controlar mis emociones, pese a que fuese lo último que mi cerebro quería hacer, porque en el fondo, sabía que si continuaba comportándome de esa manera, la universidad se enteraría y, probablemente, tendría que volver a casa, antes de lo programado, entonces, ¿qué era lo que debía hacer ahora? ¿Esperar, encerrado dentro de aquellas cuatro paredes? Las últimas horas habían sido sólo eso, permanecer aquí, sin poder salir, ¿y si continuaban siendo de esa forma? No creía lograr soportarlo, enloquecería.
Me volteé para mirar el techo, pensando cuánto deseaba tener una cajetilla de cigarros, pero ni siquiera había ocupado el poco tiempo que estuve fuera, en comprar una; alcé mis manos frente a mi rostro, para comprobar que ya no temblaban, blancas, desnudas, sin siquiera un rasguño, entonces... comencé a reír. Era ilógico, sin embargo, me causaba gracia el estúpido rostro del tipo al que había golpeado hace un rato atrás, sobre todo, recordar la imagen de él, con parte de toda la pintura salpicada sobre su barba, mientras que, enrojecido, no dejaba de mirarme con odio... La misma mirada cubierta con el sentimiento que sólo una persona, me había entregado una vez: mi padre.
Volví a reír sin saber si era por nervios o angustia. Ahora, me causaba gracia el rostro de Gerard, asustado, indefenso, temeroso e incapaz de enfrentar a su enemigo. ¿Quizá, debí haberme puesto en su lugar? Claro, reaccionarías de esa forma para salvar tu puesto de trabajo, pero, ¿valía la pena perder la dignidad por eso? Sentí rabia, y una pesadez invadió el centro de mi pecho, amargor; sin embargo, volví a sonreír, porque sí, el delgado y pequeño, Frank, se había defendido, y muy bien.
Era tanto el silencio que me rodeaba, que mi cuerpo saltó al oír el sonido del teléfono de la habitación, pero antes de contestar, me surgió un extraño sentimiento.
—¿Sí?
—Le estoy llamando desde recepción. Necesitamos que se presente en el hall, hay un altercado con algunas personas y un llamado para usted en la otra línea.
Presioné mis párpados con fuerza, no a causa de lo que sus palabras podrían haberme provocado, sino, por las voces que se podían oír al fondo, detrás de su nerviosa voz. Afirmé que bajaría y colgué la llamada.
Cerré despacio la puerta, abandonando mis cuatro paredes para comenzar a descender por la escalera y, mientras mis pies daban pasos desconfiados, comencé a escuchar las voces que expresaban alteración y enojo.
—¡Ahí está! —vociferó una de las personas y mi cuerpo se congeló.
Un grupo de, aproximadamente, quince personas, se encontraba en el hall de recepción. La mayoría eran hombres, pero también había niños y mujeres que les abrazaban desde los hombros. Todos fijaron su vista en mí, y, al reconocer entre la multitud el rostro del tipo al que había golpeado en la ferretería, junto al auxiliar de aseo a su lado, supe que todo sería un desastre.
La chica de recepción me otorgó una mirada de lástima y resignación, mientras sostenía el teléfono contra su oído. Comenzó a hablar con alguien al otro lado de la línea, pero sólo podía escuchar los insultos por parte de todas esas personas, quienes gritaban ofensas que, jamás, nadie me había dicho. No podía moverme, era tan sorpresivo y violento lo que se desarrollaba frente a mí que, sentía miedo, otra vez. El maldito miedo, presente, pese a creer que lo había vencido.
ESTÁS LEYENDO
ᴜɴᴋɴᴏᴡɴ
Genel KurguAl momento de comenzar a cuestionar quién eres, es cuando comienzas a conocerte, pero ¿qué se siente cuando crees conocer a alguien que, inesperadamente, se convierte en un desconocido? Es el año 1989, y, Frank, comienza un profundo e importante aut...