Capítulo 41: "Punto de vista"

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     Un escalofrío que viajó por todo mi cuerpo no fue provocado por el hecho de saber que vería a la persona encargada de múltiples adjetivos que poseía para calificar toda aquella situación. Hasta ese día, había sido un misterio para mí, sin embargo, el malestar en mi cuerpo me distraía de cualquier cosa; se trataba del comienzo de algo que no me ocurría desde mi infancia, el motivo por lo que fui hospitalizado en varias ocasiones: bronquitis. Ahora, dadas las condiciones, me extrañaba que hubiese tardado tanto en enfermar.

     Mientras caminábamos hacia el faro, comencé a sentir que mi cuerpo pesaba demasiado, la sudoración era casi espesa y mis bronquios emitían un pequeño y molesto silbido. Eric, abría la puerta que nos llevaría al interior de la enorme torre, y, debido a la fiebre que tomaba el control de mi conciencia, no pude darle la importancia al lugar en el que nos encontrábamos. Subimos por la escalera en forma de espiral, hasta llegar a una zona que debía ser la vidriera. Me sentía bastante mareado, cansado y, prácticamente, congelado; apoyé parte de mi cuerpo sobre la pared, mientras mis ojos se cerraban en contra de mi voluntad, luego de haber visto al tatuado acercarse a una ancha puerta de madera y golpear dos veces con sus nudillos. Seguido a eso, abrió y comunicó que me encontraba junto a él.

     —¿Qué mierda tienes? —preguntó aplaudiendo frente a mi rostro—. Entra, está esperándote.

     Evité el contacto visual con él, y, reuniendo la poca fuerza de voluntad que me quedaba, entré a aquel lugar, el cual era totalmente diferente a todo lo que había visto desde que me encontraba cautivo.

     La puerta se cerró detrás de mí y el silencio que recibí de allí dentro, me confundió más que mi estado febril. Era una sala redonda con una vidriera al fondo, el suelo alfombrado y una cúpula como techo. La temperatura se sentía agradable debido a un pequeño aparato a gas ubicado a un lado de la puerta; alcé la vista, nuevamente, hacia la vidriera, en donde un escritorio se encontraba ubicado de manera simétrica, mientras desde un asiento continuo, comenzaba a mostrarse una mano que sostenía, de manera indiferente, una copa de vino casi vacía.

     —Toma asiento, Frank.

     Recorrí el lugar con mi vista, observando hacia mi derecha un sillón y, detrás de este, un estante de libros y objetos de valor. Dejé que mi cuerpo se rindiera ante la comodidad y la calefacción, pero cuando volví a abrir los ojos, noté que una mesita con ruedas estaba siendo aproximada hacia mí.

     —Puedes comer lo que desees.

     Lo que había oído, ¿podría ser parte del delirio? Probablemente, tenía más de cuarenta grados de fiebre y las alucinaciones querían engañarme.

     Después de observar los platillos con distintos alimentos que, maldición, tenían una apariencia increíble, mi vista subió a su mano, brazo y vestimenta, para finalmente, detenerse en su rostro. Cabello corto y castaño oscuro, una nariz particular, labios finos e iris azules como el océano. Su ojos parecían hundirse en las cuencas, profundos y enmarcados por un par de cejas inexpresivas; llevó la copa hacia su boca y bebió el rojizo vino, al igual que su formal indumentaria del mismo color brillante y eléctrico, sin romper el contacto visual.

     —Estás... un poco decaído —murmuró lamiendo el resto del líquido sobre sus labios—, creo tener algo de medicina por aquí.

     Volteó y caminó hacia el escritorio. Los movimientos de su cuerpo denotaban control completo, elegancia, y una seguridad que atemorizaba; no tardó en volver hasta mí, y dejó dos píldoras sobre la mesa. Las miré con suma desconfianza, no las iba a ingerir a menos que fuese forzado, ¿creería que confiaba en él? Pronto, extendió su mano desocupada por sobre todos los alimentos, dándome a entender que sí, realmente, podría comer lo que deseara.

ᴜɴᴋɴᴏᴡɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora