Me recosté sobre la manta, cerrando los párpados a causa de la luz solar que se abría paso entre las hojas. Sentí una de sus manos deslizarse por la frente, pasando por la sien y terminando en el hombro provocándome más ternura todavía, por ende, giré mi rostro hacia el suyo y con mis ojos capturé lo que más pude de su apariencia. Después de un orgasmo, Gerard, lucía apacible: párpados brillantes que caían en lentitud hasta ocultarle el mundo durante algunos segundos; una mirada inundada del deseo cumplido, y sus mejillas permanecían de un suave tono rosa, como una de las manzanas que cualquier pintor barroco plasmaría en un bodegón. En resumen, podía ser el comienzo a la adicción de verle en todas sus facetas. Poco tiempo después, acercó sus labios tomando los míos, como si aún no fuese suficiente para él, todo lo que nos besamos.
En silencio, volvimos a mirarnos y, nuevamente, me dediqué a capturar detalles de él con mi retina. Los rayos solares aclaraban el color natural de sus iris y algunos destellos naranjos e, incluso, dorados, se filtraban en los mechones de cabello que reposaban sobre un lado de su cara. Me sentía en un estado de paz inmenso, tanto que, deseaba ser un fantasma y traspasar su cuerpo para tocarle el alma y, así, evitar arruinar el momento con mis palabras; sólo de esa forma, podría darle a entender lo que había significado para mí todo lo que hicimos hace un momento atrás. Sin embargo, antes de yo pronunciar la primera palabra, a él le vi separar sus labios.
—Me ha encantado hacer esto contigo —dijo con una suave aspereza en su voz—, de verdad, demasiado.
Guardé silencio, sintiendo pudor y gusto a la vez, porque a mí también me había gustado mucho, en realidad, cualquier cosa que había hecho, experimentado o vivido con él, me había hecho sentir sensaciones nuevas e inolvidables. Sonreí al pensar en el resultado que debíamos limpiar de nuestro cuerpo, así que me senté y comencé a asearnos con algunas servilletas.
—Te ves hermoso después de un orgasmo —confesé en voz baja y le miré con leve vergüenza—. Algún día te tomaré una fotografía, así.
—¿Sí? Hazlo, la memoria es frágil.
—Sí...
Volteé lentamente para mirar hacia unos arbustos, intentando ocultar cuánto me había afectado aquella frase, porque tenía razón, la memoria era olvidadiza y, para atesorar los recuerdos en un lugar más seguro, tenía mi herramienta de estudio y trabajo. Me sumergí en el acto de recordar cuáles eran las fotografías que tenía de Gerard, cuáles eran las que estaban guardadas para mí, pero cuando supe que la respuesta era sólo un par y la ansiedad comenzaba a despertar, sentí la palma de sus manos sobre mis hombros.
—Quiero decirte algo —comentó con cercanía—, aunque más que querer…, necesito decírtelo.
Esta vez, su sonrisa era tímida y su mirada evadía la mía yendo hacia cualquier cosa que le distrajera. Le impulsé a que continuara hablando con un pequeño sonido, logrando captar su atención fijando sus ojos en mí, asimismo, sus mejillas se tornaron aún más rosa y entendí que de verdad estaba sintiendo nervios; entonces, para relajarle, pasé los dedos por un mechón de su cabello hasta que le vi cerrar los ojos, exhalar y volver a abrirlos.
—¿Qué pasó? ¿Hice algo… mal? —pregunté a raíz de su extenso silencio.
Negó con la cabeza y posó sus manos a cada lado de mi cuello, acercándose y besando superficial y pausadamente mis labios, luego juntó nuestras frentes y, al mirarle desde aquel incómodo ángulo, le vi comenzar a reír perezosamente, transmitiendo una ternura risueña.
—Frank.
—¿Qué?
—Te amo.
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ᴜɴᴋɴᴏᴡɴ
Genel KurguAl momento de comenzar a cuestionar quién eres, es cuando comienzas a conocerte, pero ¿qué se siente cuando crees conocer a alguien que, inesperadamente, se convierte en un desconocido? Es el año 1989, y, Frank, comienza un profundo e importante aut...