Capítulo 22: "Promesa"

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     Reaccioné minutos después, ya que, al parecer, había comenzado a dormitar, pero el aroma de la hierba quemada me despertó, deduciendo que, Gerard, continuaba fumando detrás de mí; quizá, estaba muy drogado, pero me separé de su cuerpo y me puse de pie con algo de dificultad. Estiré mi mano guiándome por la luz del fuego quemando el cigarrillo, y él se sujetó para levantarse, acercando su cuerpo hasta rozar el mío, exhalando el oloroso humo sobre mi rostro.

     Caminamos hacia la habitación, nos despojamos de algunas ropas y, al recostarnos, entrelazamos nuestras piernas, sólo para permitirnos estar lo más cerca posible. Me sentía adormecido, inmerso en una calma que parecía ser infinita. Dibujé sus labios, trazando su forma con mis dedos sobre estos, la textura parecía haber incrementado, era tan suave y cálida, tanto, que casi no podía dejar de tocarlos. Gerard, sonreía, dentro de su propio nido de sensaciones, deslizando la yema de sus dedos por mi abdomen, causando que mis poros se erizaran y una oleada de vibraciones se alojara en mi nuca. Así permanecimos, envueltos en caricias, sintiéndonos, dejando a un lado los prejuicios, terminando por dormirnos.

*

     Su voz susurrada en mi oído, era la mejor manera de despertar.

     —Frank, debo salir ahora. Volveré en la tarde.

     Pero no quería oír eso, por lo que me volteé para preguntarle hacia dónde iba, dándome como respuesta que tenía un encuentro pendiente con alguien del pueblo, en donde quizá, podría trabajar. Aún medio dormido, le di un beso en la mejilla y minutos después, abandonó la habitación.

     Desperté horas después, cruzado sobre la cama, sintiendo mi garganta muy reseca. Me di una ducha, luego comí y bebí lo suficiente. El día estaba soleado, pero las montañas continuaban con pequeñas nubes que se aferraban a ellas sobre sus cimas. Mientras la mañana avanzaba, estuve pensando en las nuevas experiencias que disfrutaba junto a Gerard, las cuáles jamás me atreví a tener antes, pero que con él, serían especiales y únicas, como merecía recordar todo ser humano. Recogí las botellas de la sala y ordené un poco sus libros, algunos eran muy antiguos, pero todos tenían un marcador en alguna página, como si jamás los hubiese terminado de leer y, la distracción con otro, le hubiese obligado a abandonar la lectura del más reciente.

     Pasado las cuatro de la tarde, su camioneta se aproximaba por el camino de la entrada. Le esperaba fuera, al lado de sus siberianos, caminando hacia él, hasta que descendió del vehículo y caminó a nuestro encuentro; un par de besos, un abrazo reconfortante y el hecho de escucharle hablar, presente, animoso, como él en su esencia, me entregaba toda la energía que podía necesitar.

     —¿Buenas noticias? —pregunté cuando caminábamos hacia la casa.

     —Es probable —respondió y sacudió mi cabeza con su mano—, no es nada seguro, pero podría trabajar en una ferretería que está cerca de la plaza.

     Al escuchar aquello, le sonreí y le entregué todo el apoyo que pude, pero en el fondo de mis pensamientos, sabía que él merecía más que eso. ¿Cómo se podía desperdiciar tanto talento? Parecía no importarle, como si se hubiese rendido ante una mala jugada de la vida. Entró a la cocina y le ayudé con la preparación de algunas cosas, luego de eso, volvimos a estar fuera de la casa, esta vez nos acercamos a un grueso y viejo tronco de pino para sentarnos en él y apreciar el comienzo del atardecer detrás de las montañas. Un arrebol de otoño, sus caballos pastando, un termo de agua caliente entre nosotros y el sonido de la bombilla metálica, al ser succionada por su boca. Su garganta se movía al tragar aquella deliciosa bebida caliente, y yo le observaba esperando que fuese mi turno.

ᴜɴᴋɴᴏᴡɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora