Semana siete.

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Domingo.

—Tomi— lo llamé en medio de la noche—. Tomi…

—¿Qué pasa?— me acerqué a él y le deje un beso en la boca.

—Necesito un abrazo— ¿Tonto despertarlo por algo así no? Pero lo necesito. Me abrazó y me quedé apoyada en su pecho—. Te amo.

—Yo más, Lodo— me refugie en sus brazos—. ¿Te sentís mal?

—No, solo me siento desprotegida— dije suave, me abrazó más fuerte—. No te alejes nunca de nosotros.

—Prometo no hacerlo a menos que lo pidas, Lodo— me dejó dormir casi toda sobre él.

Desde lo que pasó ayer no puedo estar bien. Todavía me acuerdo de lo que pasó.

“Esa voz era de Cande.

—Cande…— susurré.

—¿Qué vas a decir, Lodovica? ¿Qué?

—Nada Cande, no te puedo decir nada ya— dije a punto de llorar.

—¡ME PODES DECIR ALGO!— gritó, Alba miraba la escena preocupada.

—No puedo— empecé a llorar.

—No lo puedo creer— Cande vino a abrazarme, para eso se subió en la cama—. ¿Qué vas a hacer?

—No decircelo a nadie más— respondí segura, le di una fría mirada a Alba que se fue

Diego no escucho nada”.

Me desperté abrazada a Tomás, con frio pero transpirando. Él me miraba preocupado, parecía que hubiese visto a un fantasma. Tocó mi frente una y otra vez, yo no entendía nada, quizá era por el fuerte dolor de cabeza que tengo. Tomás me dio un beso en la frente y se paró. Escuche que hablaba por teléfono y cuando volvió me miró más preocupado que antes.

—Vamos al hospital, urgente— me dijo, me vestí como pude, lidiando con el dolor de cabeza.

Me llevó en su auto, cada vez me sentía peor y no entendía por qué, de seguro era la fiebre pero ¿Ir al hospital? No me parecía muy necesario. Igual lo hizo, me llevó a la guardia y la médica me receto paracetamol cada ocho horas, además de pastillas para el embarazo, de hierro porque al parecer estoy un poco anémica y el ácido fólico.

La verdad es que cuando Tomás me traía a casa consideré de nuevo la opción de decirle a Diego, aunque sea un tonto y demás, es el padre y tiene el derecho a saberlo, quiera o no quiera a los bebés son de él. Le pedí a Tomás que mañana cuando se vaya al trabajo le diga a Diego si podía venir, para no estar sola en caso de tener mucha fiebre. Espero que todo salga bien porque lo último que me falta es que Diego me odie, pero que me odie con todas las letras. Lo quiero, es el padre de mis hijos, posiblemente no se lo tome bien pero igual quiero intentar, si no lo intento no sabré que dirá ni que pasará. Solo quiero ser feliz, eso es todo y si mi felicidad depende de Diego, no lo sé, tendré que intentar acercarme a él. De una forma u otra, ahora estamos muy distanciados. Demasiado.

Lunes.

Tomás se fue a trabajar y yo me quedé sentada en un sillón esperando a Diego. Cuando llegó tenía el pelo algo alborotado, unos jeans, en pullover de color azul marino con unos dibujos como los que usa él y con sus anteojos negros, al verme sonrió y yo también.

—¿Me vas a dejar que te explique?— asentí—. No me pasa nada con Alba, tan solo quise ir a hablar con ella, me abrió pero se tenía que ir a bañar, me quedé mirando la televisión mientras la esperaba, y en cuanto tocaste la puerta pensó que eras su novio y como no quería que lo vea fue corriendo desde el baño solo con la toalla.

La cosa más linda (Dievica)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora