Semana quince.

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Domingo.

Quedé en encontrarme con Dante en un restaurante en el centro, porque era lo que más cómodo le quedaba ya que estaba haciendo unos trámites ahí.

—¿Cómo estás?— me preguntó en cuanto nos sentamos.

—¿Cómo puedo estar?— suspiró y me sonrió.

—Tranquila, vas a estar bien ¿Estamos juntos?

—Sí, estamos juntos— sonreí como pude y noté que él miraba mucho a la puerta, todo el tiempo—. ¿Todo bien?

—No, seguime la corriente…

Se paró y se acercó, quedó a la misma altura que yo y repitió.

—Actúa, por favor…

Dicho eso me corrió el pelo con una mano y me beso.

Me beso. Yo no entendía nada de nada, pero él lo hizo y no tuve más opción que seguirle la corriente. Estuvimos ahí hasta que escuchamos a alguien carraspear. No podía ser.

—Hola, que sorpresa verlos— dije haciendo la sonrisa más falsa del mundo.

—Hola Diego, Clari— Dante saludó y volvió a su silla.

—¿Son novios?— preguntó Clari.

—No— miré a Diego que por poco no le salía humo de las orejas como en los dibujos animados—. En realidad es la segunda vez que salimos, recién es el segundo beso.

La cara de Diego no tenía nombre, Clari sonreía, pero no le creía su sonrisa. A lo mejor se dio cuenta de lo enojado que estaba Diego.

—¿Sabes que Lodovica está embarazada?— preguntó Diego.

—Sí, y estoy feliz por eso, yo la voy a apoyar en todo lo que necesite, no dudo en que voy a ser un buen padre. Nadie duda en ese sentido.

—Igual me parece que Tomás tendría que ser el padre y hacerse cargo de los bebés ¿Verdad?

—De hecho me estoy quedando en su casa.

—Siempre tan buena, embarazada y viviendo con uno, y de novia con otro.

—Igual Diego, si tengo que hablar… No sos un santo.

—¿Qué pasó?— preguntó Clari.

—Prefiero que Diego te cuente ¿Lo vas a hacer Diego?

—Sí, pero no ahora…

Me paré furiosa y me dirigí a los baños que estaban arriba. Entré y no sabía qué hacer, quería quedarme ahí todo el día. O lo que pueda. No sabía si mandarle un mensaje a Ilaria o a alguien para que me aconseje. Pero este es mi problema, no es de ninguna otra persona, y tengo que superarlo yo sola. Salí y ahí estaba Diego.

—Tenemos que hablar.

—Yo a vos no te tengo que decir nada— le dije en la cara.

—Lodovica, hace días que no podemos hablar, y tenemos que hacerlo.

—No quiero hablar con vos, no tenes nada nuevo para decirme— elevé un poco mi tono de voz.

—Sí, tenemos que hablar de muchas cosas, de los bebés y demás…

—¿Qué bebés ni qué bebés? Diego, son MIS hijos, y no te podes meter en su cuidado.

—Sí que puedo, y bien sabes por qué.

—¿Por qué no lo decís? ¿Tenes miedo de que se entere?

—Tengo miedo de que se entere así ¿Podemos hablar?

La cosa más linda (Dievica)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora