Este sitio lo recordaba bien. Era el mismo claro donde mi familia, los lobos, nuestros aliados y yo nos habíamos visto las caras con los Vulturis por primera vez. Mi corta edad de entonces no había hecho que esos recuerdos se borrasen de mi cabeza, y todavía podía ver con nitidez cómo mi madre me dejaba en el lomo de mi enorme lobo rojizo para que ambos huyéramos. Eso era algo que se me había quedado grabado en el cerebro a fuego. Y este lugar también.
Todavía no se divisaba a nadie en el horizonte, así que aproveché para echarle otro vistazo de reojo a mi chico. Jacob estaba en su forma humana, para poder hablar con Jane. No me hacía mucha gracia que su torso estuviera descubierto, porque esa arpía iba a poner sus ojos en él, seguro, pero era más cómodo para él, por si se tenía que transformar con urgencia. De todas formas, ella podía mirar todo lo que quisiera, mientras no le pusiera un dedo encima, claro. Además, eso no era lo importante ahora.
Mi padre había venido con nosotros, acompañado por mi madre. Él nos podía avisar, si tramaban algo, y ella podía protegernos a todos con su escudo, ya que Jake no estaba en su forma lupina. No creíamos que se atrevieran a atacarnos, pues romperían el tratado, sin embargo, toda precaución era poca. Sabíamos que Jane no accedería a hablar con mi padre como traductor, por eso Jacob no se había transformado, aunque él iba a estar todo el tiempo en alerta, por si tenía que hacerlo.
Algunos miembros de la manada también nos acompañaban: Leah, Shubael, Isaac, Seth, Jared y, por supuesto, Quil y Embry. Todos ellos se encontraban en su forma lobuna y nos flanqueaban a ambos lados, en formación.
Todo permanecía en un silencio tenso. Los árboles que bordeaban el claro eran los únicos que se movían, el suave viento mecía sus ramas y conseguía arrancarle algunas hojas que ya estaban casi sueltas. Éstas iniciaban un corto vuelo que se terminaba en cuanto caían al suelo, tejiendo así una alfombra de color bermellón y cobrizo que cubría todo el terreno. La débil llovizna lo había humedecido todo. Los troncos, las ramas, la alfombra de hojas, el terreno, incluso a nosotros, que ya teníamos el pelo mojado. Isaac hasta se sacudió para secar un poco su pelaje de color marrón claro. Yo tuve la suerte de que la cazadora que llevaba era impermeable y la llovizna no la traspasaba.
De pronto, en medio de esa quietud y ese mutismo, mi padre se envaró.
―Ya están aquí ―anunció, mirando fijamente a la lejanía.
No se escuchó nada, pero la fresca brisa otoñal trajo una serie de conocidos efluvios. En el mismo instante en que nuestras narices los inspiraron, tres espectros aparecieron a lo lejos.
Jacob y yo ya teníamos los dedos entrelazados, pero yo apreté el amarre de nuestras manos y él me correspondió afianzándolas más, como si todo lo juntas que ya estaban no fuera suficiente.
Desde esa distancia, no se les distinguía los semblantes, pero no hacía falta para diferenciarlos. La tonalidad casi negra de la capa de Jane, la más baja, se veía en el medio de las otras dos, que eran más grises y cuyos propietarios eran mucho más altos. Las siluetas de los tres guardias Vulturis se movían lentamente, aunque con elegancia, cada uno en su estilo. Avanzaban con sutiles pasos que apenas se oían entre las mojadas hojas; hacía más ruido el leve movimiento de la vegetación producida por la brisa, que sus pisadas. Ese ritmo cadencioso desesperaba a Jake, que no hacía más que resoplar por la nariz, cansado.
Jacob miró a mi padre y le hizo una pregunta que fue muda para los demás, aunque la respuesta de mi progenitor hizo que la adivinásemos enseguida.
―Vienen en son de paz ―reveló éste, hablando con total seguridad―. Han venido a entregaros ese regalo, tal y como decía la carta de Aro, pero también quieren hablar contigo. Al parecer, el regalo sólo era una excusa para encubrir el verdadero propósito de este encuentro.
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JACOB Y NESSIE NUEVA ERA II (Comienzo 2° parte)
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