Hoy era diez de septiembre, el día en que cumplía doce años, aunque seguía aparentando unos veintidós, que era mi edad física y mental. Lo bueno es que, a ojos de los humanos que no sabían mi secreto, cumplía veintitrés, así que ahora mi físico concordaba perfectamente con la edad que se supone que tenía.
Mi tía Alice lo tenía todo dispuesto. Había adornado la casa, esa en la que yo había crecido, llenándola de unos sotisficados y modernos farolillos blancos y rojos que colgaban del techo, hechos de un papel muy fino y elegante. También había distribuido una serie de luces que le conferían un aspecto más acogedor al salón. Había apartado los muebles, dejando el sofá y los sillones en un rincón, y había colocado varios altavoces y amplificadores para poner música.
Emmett se ofreció para preparar unos cócteles sin alcohol, que, según él, eran muy fáciles de hacer. Al parecer, en todos esos diferentes viajes que había hecho con Rose al Caribe, se había fijado en cómo se preparaban y había aprendido a hacerlos. Rosalie le iba a ayudar a servirlos. Esme se encargaba de los tentempiés y del resto de la comida, aunque sólo fuera para los que nos alimentábamos de comida humana, la cual iba a tener que ser muy abundante, dados todos los metamorfos que iban a asistir.
En fin, mi idea era la de hacer una fiesta más humilde y pequeña, pero cuando se tiene una tía como Alice, eso es imposible.
Además de mi cumpleaños, también celebrábamos el de mi madre, que iba a fingir ser mi prima de cara a las gemelas ―como yo les había dicho en el instituto el primer día que las conocí y les hablé de mi familia―, ya que ella cumplía treinta y uno y con su físico de diecinueve no colaba que en realidad fuera mi progenitora. Bueno, y aunque aparentase la edad que tenía realmente, tampoco, claro. Las gemelas eran las únicas que no sabían qué tipo de gente les iba a rodear. Si lo supieran…
Mi familia había venido de Anchorage para la ocasión, aunque iban a quedarse unos días más. Sus estudios en la universidad ya estaban muy avanzados, más bien, a punto de terminar, y ahora estaban pensando en mudarse a otro sitio en cuanto acabase este último curso. Aún no tenían muy claro a dónde, pero sí que tenían claro lo de mudarse de ciudad.
Alice estaba muy nerviosa, o, mejor dicho, histérica. Todo lo que fuera hacer una fiesta y tener gente en casa la volvía loca.
―Tardan mucho, ¿no? ―preguntó por enésima vez mientras retorcía los dedos de sus manos.
―Estarán al llegar, no te preocupes ―dije para calmarle.
―Ya se oye un coche ―advirtió mamá, agudizando su fino oído.
―Sí, y por el ruido del motor, parece el de Seth ―afirmó mi padre.
Jacob y yo seguíamos sin oír nada. Nos encontrábamos sentados en el níveo sofá, esperando tranquilamente. Sus largos brazos se habían desplegado en cruz, apoyándose en lo alto del respaldo, y yo me había acurrucado en su cálido costado, dejando que mis manos disfrutasen de su pecho cubierto, disimuladamente.
―Vaya par de fenómenos ―se burló él.
Mi madre le sacó la lengua, haciéndole un mohín.
―Ah, sí ―secundó mi tía.
Por fin pude escuchar un lejano ruido. Era un motor y, efectivamente, parecía el del Volvo azul metalizado de Seth. Jacob tardó un poco más en oírlo.
―¡Ya están aquí! ―exclamó Alice cuando Seth llegaba para aparcar frente a la casa.
Se puso a dar saltitos por el salón para acercarse a la mesa donde había instalado el equipo de música. No tardó nada en amenizar el ambiente con uno de los tantos CDs de mi padre.
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JACOB Y NESSIE NUEVA ERA II (Comienzo 2° parte)
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