El amplio escritorio ahora hacía las veces de cambiador. La acolchada y cómoda mantita sustentaba al bebé, que reposaba boca arriba, sobre la misma. Mientras canturreaba una canción, terminé de pegar las cintas del pañal de Anthony. Él chupaba el sonajero y me miraba con atención con esos ojitos verdes que parecía que se le iban a salir de la cara, de lo grandes que eran.
―Ya estás limpito, con cremita y todo ―le sonreí, frotándole la barriguita con las yemas de las dos manos para hacerle cosquillas.
Anthony se rió, emitiendo esos gorjeos ya tan típicos de él a sus cuatro meses, y después, cuando llevé mi boca a su piel para hacerle cucamonas, a esa risa se le unieron los animosos meneos de sus bracitos y sus piernas. Eso sí, no soltó el sonajero, y éste repartió los sonidos de sus múltiples y coloridos cachivaches por todo el cuarto. Levanté la cabeza y la hundí de nuevo para repetir la acción. Anthony se partía de la risa con esto.
―Te gusta, ¿eh? ―reí.
―Aaaah… ―balbuceó él, sonriéndome, sin dejar de moverse ni agitar el sonajero.
Me incliné una vez más y volví a hacer ese ruido de mis labios contra la suave piel de su barriga. La alegre risa de Anthony aumentó, soltó el sonajero y sus manitas se posaron en mi frente, como si me estuviese suplicando que ya parase. Le hice caso. Levanté el rostro, terminando de reírme, le di un pegajoso beso en su alegre mejilla y terminé acariciándosela con el dorso de los dedos.
―Bueno, ahora mamá tiene que vestirte.
Me giré y cogí la ropa que tenía preparada para él. Empecé a canturrear otra vez y le puse su camiseta interior, los diminutos calcetines, los pantalones marrones y por último esa camiseta de manga larga que hacía juego gracias a su color beige y ese dibujo de un búho en tonos pardos.
―Ahora la sesión de peluquería.
Agarré el cepillo suave que tenía a su lado y peiné su cabello negro, colocándolo también con mis dedos. Luego, lo posé en su sitio y acaricié sus mofletes con mis manos.
―Estás guapísimo ―le sonreí, cogiéndole. Acerqué su cabecita a mi nariz e inspiré su dulce y fresco efluvio―. Mi niño precioso ―le di una serie de cariñosos besos y lo arrimé a mi pecho, sujetando su nuca―. ¿Vamos a despertar a papá?
Sus manitas se engancharon a mi cara al tiempo que sonreía y balbuceaba otro poco, y sus pies comenzaron a patalear hacia abajo, con entusiasmo.
Solté una risilla. Era tan gracioso.
Salí del cuarto de Anthony y me dirigí a nuestro dormitorio.
Hoy era domingo, y Jake no tenía que trabajar en el taller, ni tampoco tenía que patrullar, así que me levanté yo para atender al niño y le dejé dormir un poco más.
Abrí la puerta y vi a Jacob durmiendo. Se encontraba en la cama, boca arriba, con la sábana cubriéndole solamente hasta la cintura. Tenía la cabeza a un lado y su impresionante pecho desnudo se movía arriba y abajo, siguiendo el compás de su calmada y profunda respiración. Entonces, se me ocurrió una cosa.
―Vamos a darle una sorpresa a papá―le cuchicheé a Anthony, con una risilla, a la vez que pasaba a la habitación.
Me acerqué a la cama, por el lado de mi chico, y dejé a Anthony, boca abajo, sobre el pecho de Jake. Estaba dormido como un tronco, ni siquiera notó nada, en cambio Anthony se irguió un poco, manteniéndose más bien a cuatro patas, y gorjeó con alegría, balanceándose adelante y atrás al tiempo que le pegaba unos golpecitos con las palmas de sus manos en el torso.
Solté otra risilla por lo bajinis y cogí la cámara fotográfica del cajón de la mesita, vigilando en todo momento al bebé, no fuera que Jake se girase de repente. La encendí y les saqué una foto.
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JACOB Y NESSIE NUEVA ERA II (Comienzo 2° parte)
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