Prólogo

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Un pequeño joven de apenas cumplidos sus veinticuatro años mordía su labio inferior intentando retener las lágrimas que sentía que pronto desbordarían por sus ojos

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Un pequeño joven de apenas cumplidos sus veinticuatro años mordía su labio inferior intentando retener las lágrimas que sentía que pronto desbordarían por sus ojos. Apretaba fuertemente las esposas que retenían sus manos mientras observaba a través del vidrio a un chico, tal vez menor que él, siendo apresado en una camilla con al rededor de cinco científicos a sus lados.

Acallaron sus gritos y reclamos con una mordaza y próximamente le inyectaron una aguja con un líquido extraño en su interior. Observó a sus lados a los compañeros de celda con quienes compartía mayormente la gran cantidad de tiempo que se encontraba allí dentro.

Pronto, uno por uno fue entrando en esa sala, siendo inyectados por la misma sustancia una y otra vez. Sollozaba cada vez más fuerte al ver que todos los que fueron inyectados terminaban sin vida, las máquinas avisando que sus corazones dejaban de latir. Los médicos y científicos estaban frustrados, su experimentación de años no estaba funcionando para absolutamente nada, si todos morían aquello habría sido un auténtico fracaso y dinero desperdiciado.

Cuando fue el turno del rubio, forcejeó lo más que pudo no queriendo ingresar. 

—¡No! ¡No, por favor! ¡No! —Gritaba y lloraba desconsoladamente, pero ningún alma en ese lugar tenía una pisca de piedad. Lo callaron como a los demás y lo ataron de la misma manera sólo pudiendo removerse en aquella camilla. Estaba aceptando su final, rezando, pidiendo que se detuvieran, no quería morir por más que su vida se había vuelto un total infierno. 

Pero una voz detuvo todo.

—Espera, detente —un científico de cabellos castaños le quitó la inyección al hombre—. Mejor traigan la sustancia de la hembra.

—¿Qué? ¿Está loco? Eso sería peor.

—No perdemos nada intentándolo, después de todo, los demás murieron y tenían tipos de sangre diferente, tanto hombres como mujeres —el joven se hallaba firme, y le hicieron caso, después de todo era una de las personas más importantes en esa experimentación.

—Aquí tiene señor.

Una chica le tendió la aguja y él mismo se acercó al pobre rubio expectante mientras más gotas de pánico resbalaban por sus mejillas.

—No temas, no dolerá —y finalmente, sintió un fuerte pinchazo que lo hizo jadear, pero tan de pronto como la sintió, así de rápido sus ojos se cerraron cayendo en un profundo sueño.


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Virus Omega [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora