Mi almohada lentamente empezó a empaparse y a hacerse más pesada por mis lágrimas que se deslizaban por mi mejilla y ardían, probablemente, por la rabia. Sentía que podría acabar inundando mi habitación y ni tan mal estaría, morir ahogada con mi propio pesar. Dafne, la chica condenada desde su nacimiento por los mismísimos dioses, la pobre adolescente que nunca podría tener una vida normal, la chica destinada a conocer a ciertas personas y a ir a un lugar que le aterra; el infierno. Esa Dafne que años atrás casi se quita la vida, cuando tenía 13 años. Aquella chica que se metió en la bañera que la acogió con un cálido ambiente y ella la ignoró, hundió entre sus venas aquello que le haría acabar con esa pesadilla pero que ingenua había sido pues si moría acabaría en otro infierno. En aquel entonces no lo sabía y lo hizo....
Lo hizo una, dos y mil veces más en cada esquina de su frágil cuerpo, dejando ir con cada corte todo el dolor acumulado. Por ese motivo y por oír voces, sus padres la llevaron a distintos psicólogos y psiquiatrias para saber que le pasaba, ¿que estaba mal con su hija, a parte de su maldición? Me pregunto cada día como mi padre nunca llegó a decir nada sobre mis ojos, ¿Él creía que era su culpa? ¿Creía que era una enfermedad? No sabría la respuesta hasta que se dignase a llamarme por teléfono desde París, para contarme todas las maravillas que quiere descubrir y la muy buena idea que había sido irse. Tal vez diría lo mucho que echa de menos a mi madre y las tardes conmigo en el taller. El mundo nunca mereció a alguien como mi padre y sin embargo, el lo recibe con los brazos abiertos y con una sonrisa.
Me acomodé en la cama y traté de borrar cualquier rastro de lágrimas en mi cara pero fue en vano, pues todavía desfilaban por mis mejillas. Abracé a mi peluche contra mi pecho, como si fuese mi padre o mi madre y recordé el momento exacto en que ella le cosió unas gafas para que no me sintiese sola. Ese mismo peluche que lancé a Ignis aquella vez, mi peluche Larry que parecía agotado con los años. Una tormenta de sentimientos me pilló desprevenida, había perdido a mi madre, mi abuela murió por mi culpa, habría una guerra por mi... ¿en que he fallado? Nunca quise nada especial, quería una familia, amigos y poder tener una fiesta de pijama para hablar de chicos. Pero yo era la chica maldita y nací con el único fin de ser destruída, nací para sufrir y moriré para seguir sufriendo.
Tres golpes en la puerta hicieron que de inmediato me pusiese las gafas. Había tenido mi momento de estar mal y lo necesitaba, pero primero lo primero.
—Pasa—grité mientras me sentaba en el borde de mi cama. Miré hacia la ventana por un instante, era una noche oscura y en el cielo se alzaba con mucha gloria y mucho honor una gran luna. Cerré los ojos y me dejé llevar por el sonido de los grillos. Esa noche era pacífica y el haber llorado, el haberme desahogado me hacia sentir una extraña paz interior y no sabia porqué seguía llorando, ¿que me pasaba?
—Esta mierda esta buenísima—me di la vuelta ante el sonido de su voz que encajaba a la perfección con la noche, competía con esos grillos que al verse retados intensificaron su presencia. Eros se quedó apoyado en el marco de la puerta con un trozo de pastel en la mano y rastros de él alrededor de sus labios, y parecía disfrutarlo como un niño pequeño.
—Lo sé, ¿verdad?— mi voz, sin querer, salió quebrada. Su mirada cambió rápidamente a una de preocupación y se acercó a mi lentamente. Dejó sobre la mesita de noche el trozo de pastel y me cogió de las manos con mucha delicadeza, como si en cualquier momento me fuera a romper cual rayo que parte el cielo.
—¿Estás llorando?—su voz se asemejaba al sonido del mar, pacifica. Él en si parecía luz de primavera, cálido. Por mi rostro todavía se deslizaban algunas lágrimas traviesas que se negaban a ocultarse y a dejarse borrar y aun sabiendo que Eros las veía, negué. Pero entonces, cuando creía que empezaría a cuestionarme, acercó mi cabeza a su pecho y me rodeó. Entre el refugio de sus brazos sentí que no me había acabado de desahogar, no me atrevía a derrumbarme por miedo a nunca poder volver a ponerme de pie.
ESTÁS LEYENDO
Dafne
Science FictionTodo empezó como todo empieza, con un principio. En la vida he cometido mil errores pero solo hay uno del cual me arrepiento y es el haber nacido. Sí, lo sé. No es que sea una cosa que pudiese escoger pero joder, menuda cagada. Mi nombre es Dafne...