Capítulo 25

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Narra Agatha

Noté bajo mis temblorosas manos como los latidos de su corazón disminuían hasta que su pecho dejó de elevarse agitadamente, hasta dejar de bombear, hasta romper cada pedacito del mío.

Odiaba tener que admitir que Eros había conseguido llamar mi atención, había conseguido atraparnos a todos con su encanto y su gracia. Recordé entonces que la última vez en que me sentí tan rota fue cuando Dafne dejó de salir a jugar conmigo.  Nadie me explicaba nada, simplemente me decían que estaría enferma por un tiempo y yo, claramente, no les creía. Recordé que traté de librarme del dolor y observé de reojo las pequeñas cicatrices bajo mis pulseras.

Yo, Agatha Henderson me asemejo a la solitaria luna que despedía el alma de Eros. Yo, Agatha Henderson estoy condenada a ver a todos a mi alrededor caer, a aceptar que tal vez mi amiga acabaría en el infierno y que acababa de perder al chico que últimamente todos habíamos amado.

Esa jodida perra había logrado lavar el cerebro de mi hermano y ahora ahí estaba él, sin saber siquiera quién era. Sentí el impulso de arrancarme el alma al verle así, tan débil y perdido. Mi hermano no se merecía eso, él podía ser muy creído y posesivo pero era buena persona y aunque no lo fuese, joder, es mi hermano. 

En ese momento una pregunta me asaltó  ¿dónde iría a parar Eros? Seguramente al infierno no, aunque él insistía en que ese era su lugar, todos sabíamos que Eros es todo menos maldad pero,¿Algún día volvería a verle? 

Él y yo, de alguna manera, habíamos encontrado nuestra conexión. Durante estos últimos meses me estuvo explicando anécdotas de pueblos en qué ha estado y en que, si en un futuro seguíamos siendo amigos, me dejaría ir con él y con Dafne. También me cuestionaba sobre lo raro que es que nunca me hubiese enamorado siendo una chica, según él, inteligente y peculiar. Eros era la bondad i la travesía personificada, ese tipo de persona que te hace sentir como si fueses tiempo; incomparable. Como si fueses arte; única.

Observé como Dafne abrazaba a Fenix con mucha delicadeza, tratando de no romperse para mantenerlo a salvo, veía como cada pedacito de ella aguantaba con fuerza para no derrumbarse.  Dafne, sin lugar a dudas, era la persona más fuerte que jamás había conocido. Ella más que nadie había sufrido pérdidas estos meses pero también ha estado toda su vida encerrada en casa, es triste y no se lo merece. 

Se supone que éramos adolescentes, se supone que podríamos haber pasado el verano de fiesta  y risas. Se suponía que habíamos sido buenos, ¿Por qué nos hacían eso? ¿Por qué quien fuera que tenia el control del mundo nos mataba de esa manera?

No podía aguantar más, ver a todo el mundo perdido me hacía sentir inútil... Realmente era inútil, debí haberme dado cuenta joder.  Toda mi vida he estudiado y me he tomado en serio las clases de mitología, pensaba que esas no eran más que imaginaciones de la tatarabuela de Dafne pero, por alguna razón, seguía tomándolas enserio. 

Todo había comenzado por su tatarabuela y por los fundadores originales. ¿Por qué fundadores? ¿Por qué no ser humanos normales con vidas normales? Nada tenia sentido pero lo que estaba claro es que nosotros no teníamos la culpa.

—Descansa en paz allá donde vayas y permanece por siempre en nuestros corazones—me acerqué un poco más a su ya frío cuerpo y posicione un cálido beso que contrastaba con su piel, mientras mis lágrimas caían sobre su rostro—nada será igual sin ti.

El resto se mantenían estupefactos, ¿realmente íbamos a aceptar que Eros se fuese así sin más? La respuesta es clara; no, jamás. Asentí con la mirada y me despedí, cogí a mi hermano y salí lo más rápido posible de ahí, tratando de dejar atrás el dolor pero  en vano.  El silencio de la noche me hacia oír cada pinchazo en mi corazón y los ojos perdidos de mi hermano me hacían derramar afiladas lágrimas.

DafneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora