Capítulo 27

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Desperté con un dolor infernal, tal vez nunca mejor dicho, en la cabeza.  Eché un rápido vistazo, esperaba que mil demonios corriesen hacia mi, curiosos por saber si podría ser una buena futura princesa, pero no, por suerte, nadie me esperaba.  Fruncí el ceño al no ver montañas rodeadas de fuego, un foso lleno de almas sufriendo o al menos, un día nublado.  La confusión se apoderó de mí, ¿Ese era el famoso inframundo? ¿Dónde están los gritos de dolor? ¿Dónde están los pecadores?

Si ese era el infierno significaba que toda mi vida había sido engañada. La potencia de luz que había en ese lugar cegaba, aunque  era hermoso. Una playa en que las olas acariciaban mis pies con timidez y volvían a alejarse dejándome atónita. ¿Infierno? Más bien gloria.

Me incorporé todavía mareada y observé de dónde provenía dicha luz. Un cálido sol de verano me dio la respuesta. La arena me acogía con mucha gracia y permitía que me sintiese parte de ella, hundiéndome con cada paso que daba.  El brillante y asombroso sol permitía que gozase de su calor, acariciaba mi piel con sus cálidos rayos.

Era la primera vez que veía la playa, de hecho, era la primera vez que veía en persona un lugar que no fuese Dempik. El vaivén de las palmeras y el sonido que hacen las olas al chocar me mantenían hipnotizada, tanto que no me percaté del ardor en mi piel.  ¿Dónde estaba?

Rasqué mis brazos molesta y a medida que lo hacía el ardor aumentaba, ¿Así empezaba el infierno? ¿Enseñándote todo aquello que podrías haber tenido si hubieses sido bueno? Suena muy doloroso saber que siempre tuviste la opción de ser de una manera y que, sin embargo, acabas siendo la peor versión de ti. ¿Acaso era mi culpa haber sido hija de una mortal y un ser infernal? Yo, a diferencia de la humanidad, nunca he tenido oportunidad de escoger mi camino, pues siempre fue trazado por dioses.  

—Hola preciosa— aquella dulce voz que mil veces me tuvo cautiva, me sacó de mis pensamientos. Miré hacia los lados desesperada por verle, ya no me importaba ardor alguno si tenía la oportunidad de hablar con él una última vez. 

El inframundo me estaba maltratando, mostrándome que él era una de esas maravillas que quisiera ver pero que, sin embargo, lo perdí.  O eso supuse.

Noté una mano en mi hombro y giré con brusquedad, asustada en parte y emocionada por otra.  Ahí estaba la persona más perfecta que jamás había conocido. El verle fue como abrir la caja de Pandora, pero en vez de desgracias, por mi mente pasaron maravillas.  La delicadeza con que su pelo roza su rostro en los días aireados, como dos hoyuelos se hacen notar cuando ríe por sus propios chistes, sus pucheros cuando se le niega algo, como arrugaba la nariz y achinaba los ojos cuando el sol le miraba con intensidad. Todo en él era único; su voz ronca por las mañanas, sus fuertes latidos frente a una situación complicada, su rubor al ser descrito...

Y joder, si ese era el infierno, estaba dispuesta a arder mil y una vez.

—Eros...—sollocé. Enseguida busqué refugio entre sus brazos pero, extrañamente, no me acabó de corresponder—lo siento tanto, no es justo...Tu no deberías—jadeé y me apreté más a su pecho—no deberías estar aquí.

—No lo entiendo princesa ¿Aquí dónde? —susurró.  Fruncí el ceño ante el mote, pero lo ignoré, daba igual como me llamase mientras lo hiciese.

—C-creo que estamos en el infierno—pausé y me aparté al sentir su incomodidad ante mi cercanía— o bueno, en la entrada del infierno—enseguida recordé teorías que leía de pequeña—Algo así leí en los libros de mitología, te muestran todo aquello que deseas y luego desaparece sin más y De golpe tr encuentras entre llamas, desorientado y rodeado de almas pecadoras.

—Eres inteligente—se alejó y acarició con los pies las olas— Y tienes razón, yo no debería estar aquí—giró sobre sus talones y siguió con la mirada el lento movimiento de diminutas nubes—solo tú.

DafneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora