Capítulo Especial

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TheBerryEditorial

Una hoja cayó de un árbol, seca y coloreada de un naranja rojizo típico del otoño. Detrás caían más, y yo como de costumbre llevaba mi paraguas para evitar que esas hojas molestas, me cayeran encima.

Las personas pasaban apuradas por mi lado, algunas con papeles del trabajo debajo del brazo, otras trajeadas con portafolios, y la mano ocupada con el teléfono. De seguro hablando con su jefe para explicar acerca de su tardanza. Pero al contrario de esas personas fustigadas por un jefe sin remordimiento alguno, yo escribo novelas en mi casa. Hago lo que amo y nadie me dice que es lo que debo escribir y como debo hacerlo ¡No señor! Mis ideas fluyen de mi cabeza, los personajes me vienen solos y sin ayuda alguna.

Vivo cerca de esta avenida. Todos los días salgo a dar un paseo y también a velar que las hermosas plantas que se enredan en la cerca de la casa de mi querida amiga Dulce, no se marchiten. Un motivo de tristeza para hoy es que las hermosas plantas que daban flores de muchos colores, se han marchitado.

Cuando caminé cerca de su casa, miré a las plantas arrugadas y teñidas de marrón. Suspiré y el vaho se escapó de mi boca. Las flores que me habían inspirado para crear una de mis primeras novelas, habían marchitado y no volverían a florecer.

Un café caliente es lo que necesito... ¿Por qué no?

Me adentro en la próxima calle, más atiborrada de personas y más personas. Personas tristes que solo quieren descansar un sábado.

Pero soy escritor... ¿Por qué he de preocuparme por ellos?

Yo tengo una vida hecha y derecha. Cobro un buen dinero por derechos de autor y tengo una fiel biblioteca repleta de clásicos, de los que degusto todas las noches en mi cómodo sofá, junto a una tasa de chocolate caliente.

¿Qué más he de desear?

Paso junto a la Jefferson Enterprise y miro un instante hacia el cartel gigante donde se encuentra sonriente ese hombre egoísta con todos, Nicholas. Un supuesto magnate que solo les roba a los pobres y fustiga con interminables horas de trabajo, a lo que trabajan allí.

Aprieto el paso hasta llegar al café. Esquivo a todo aquel que me pueda empujar con tal de no frenar su paso, y también todas las miradas llenas de rabia que me pueda encontrar.

Empujo la puerta de cristal del café y entro. El delicioso aroma me envuelve y el hermoso juego de luces de varios colores con las que han decorado el sitio atiborrado, me endulzan la vista. Las mesas vestidas con manteles blancos y las sillas amuebladas son lo que predomina en el lugar. Busco entre las mesas llenas, una que no esté atiborrada, pero todas están ocupadas. Tendré que sentarme en la que menos tenga. Esto aquí es así. Si se reservara la mesa, esto no ocurriría.

Las manos me tiemblan un poco al caer en cuenta de que, en la única mesa disponible para mí, hay una chica rubia y de ojos azul claro sentada. Su melena no es tan larga y tiene las puntas rizadas. Mientras revuelve el café en su tasa con una cucharita, mira hacia el teléfono que descansa en la mesa con preocupación, y algo me hace inquietar.

Rodeo todas las mesas que puedan ser un estorbo mientras me acerco a ella. Logro sentarme, ella me mira un instante y vuelve su vista a la pantalla de su teléfono. Me encuentro incómodo, pero he sentido que ella podría ser esa inspiración que necesito para continuar la historia de Tamara y Caleb. Ella puede ser Alfa en la manada de mi historia.

Un camarero se acerca y le pido un café con tres de azúcar. El joven asiente y se va, dejándome solo con la chica que me ha hecho el menor caso.

-Buenas tardes -Decido romper el hielo, alguien debe hacerlo.

Me mira un poco incrédula y suspira, mientras se pasa la mano por la frente.

-Buenas, ¿tú eres? -me pregunta mientras deja de revolver su café.

-Soy Marlon Rivera, escritor -respondo y sonrío.

Ella me da una débil sonrisa y dirige sus labios hacia la tasa. Bebe un poco de café y yo me quedo mirando como sus labios acarician la porcelana.

-Yo soy Anna, trabajo en ese edificio grande de en frente -Señala a través del cristal, la empresa de aquel psicópata.

-Lindo nombre, Anna -Le digo un poco salido de mí- ¿Hace mucho que trabajas ahí? -pregunto.

-Hace una o dos semanas -responde y se encoge de hombros.

-Vale -Sonrío-Hoy el día está un poco gris, ¿no crees? -digo para cambiar un poco el sentido de la conversación.

-Solo un poco -responde ella y bebe de un trago su café-. Si me disculpas, debo irme. No me he traído paraguas y mi hermana se pondrá histérica si me ve llegar empapada.

-Yo me traigo uno, puedo acompañarte -le sugiero, esperando ese delicioso «no» salir de su boca.

-Sabes que te acabo de conocer, ¿verdad? -responde frunciendo el entrecejo.

-Sé que solo han pasado quince minutos, pero de seguro no querrás que esos lindos rizos dorados se estropeen -balbuceo sonrojándome

-Cierto, me gustan mucho -Unos hermosos hoyuelos se dibujan en su rostro, lo que provoca que me ponga más nervioso-, pero bien, será mejor que nos vayamos o la lluvia nos dará un buen baño -Toma su teléfono y lo deposita en un bolso blanco.

«Tonto, has ordenado un café.» Me recuerda mi subconsciente.

-Y-yo he ordenado un café, ahora lo recuerdo -le digo un poco apenado.

-¿Me dejarás irme empapándome? -me pregunta ella, enarcando una ceja de forma inquisitiva.

-N-no, claro que no -Me paso una mano por el cabello, y los dedos se me enredan en la melena.

-Entonces, ¿a qué esperas? -me pregunta, retándome.

-Quiero beberme ese café -replico sonrojándome, hipnotizado por el brillo en sus iris color zafiro.

-Bébelo conmigo -susurra.

FIN.

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