Epílogo

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     Narrado por Anna

Washington. Bajo la espesa nieve de enero.

     El suelo se encuentra cubierto por una gruesa capa de fría y espesa nieve, mientras me arrodillo sobre ella ante las tumbas de mis padres, Riley y Dean. Lloró, depositando ante sus lápidas un ramo de frondosas rosas blancas. Jolie me abraza, mientras el frío que pela junto a la nieve que cae, se bate entre nuestros cuerpos, y los de nuestros amigos, esposos e hijos.

     —Nueve años desde vuestra partida —les susurra ella mientras acaricia el mármol, y yo leo el epitafio con la bilis revolviéndose en mi interior.

     ʺVuestros cuerpos serán más que cenizas, Riley y Dean. Vuestros cuerpos serán espíritus del cielo, serán corazones palpitantes en cada uno de vuestros allegados. ʺ

     Jane Elizabeth se acerca, junto al pequeño Oliver, hijo de Nicholas, y ahora hijo mío, y me abrazan. La prueba de paternidad resultó ser positivo, demostrando que Oliver, el pequeño niño de cabello negro y ojos azules, es tanto hijo de Bridget, desaparecida, como de Nicholas. Mi esposo me mira con ojos vidriosos, y se acerca para rodearnos a los tres con sus brazos y seguridad.

     —Solo tenéis que ser fuertes ante la vida —nos dice a mí, y nuestros hijos—. De las pérdidas se obtiene fuerza, y de la fuerza, oportunidad de recomenzar.

     La tarde cubierta de un manto de nieve espeso, decorada por árboles desnudos y las luces de los edificios, se hace más helada.  Cuando volvemos del cementerio, le pido a Nick dormir en mi antigua casa, y él accede, entendiendo mi situación. Jane Elizabeth, Hindley y Oliver, se quedan con nosotros en la habitación. Tomo mi álbum de fotos roto, a causa de Bridget, y comienzo a mirar las fotos que aún quedan intactas, a pesar del veneno y la malicia, con el que se les intento destrozar. Jane Elizabeth me hace toda clase de preguntas al mirar las fotos, y ríe mucho al ver esa en la que aparecemos yo y Jolie de pequeñas, sucias de chocolate.

                              *  *  *

     Los próximos días los pasamos de forma amena, en casa nuestra mansión en Lake Stevens. Los niños contentos, tomaron el hábito de salir a jugar en la nieve, mientras yo desde la ventana, siempre me encontraba pendiente a ellos.

     —Te quiero llevar a un lugar, que estoy seguro, te encantará —me susurra Nicholas al oído, mientras miro a través de la ventana, como los peques se baten en una guerra de bolas de nieve, y Jane Elizabeth termina cubierta de nieve.

     —¿Sí?

     Me volteo buscando su rostro en la poca luz de la habitación, y lo miro directo a sus ojos verdes. Entretejo mis dedos en su cabello ondulado como el de nuestra pequeña, y lo beso en los labios, dulces y fríos por el clima invernal.

     —Será una sorpresa, y quiero vendarte los ojos —me indica con una portentosa mirada.

     No pongo replicas al buen humor y el talante romántico de mi marido. Lo sigo por los pasillos hasta tomar la escalera, y bajar al lobby. Me aseguro de que la Sra. Jefferson se quede al cargo de los pequeños, y luego abordamos su auto, el cual está cubierto de nieve. Antes de acelerar el vehículo, me venda los ojos con un pañuelo negro, y besa mi frente.

      —Te amo —me asegura, y siento el ronroneo del motor de su auto, mientras comienza a calentarse el interior.

      El viaje acompañado de música, se hace tranquilo y agradable, y no me quejo debido a la poca o nula visión, que me proporciona el pañuelo vendado a mis ojos. La mano helada, aunque después tibia, de Nick, se pasea de vez en cuando por mi muslo, y otras veces cubre la mía, la cual descasa sobre mi vientre. Transitamos lo que parece ser una carretera escabrosa, y cuando el auto se detiene, me tranquilizo, y exhalo aire por la boca.

     —Llegamos. Suerte que el viajo no fue tan largo —me avisa abriendo la puerta del auto, para salir.

     Transcurridos varios segundos, la puerta del lado derecho se abre, su mano se detiene en mi hombro. Me ayuda a salir, y luego se coloca detrás de mí. Me besa en la nuca, antes de optar por desatar el pañuelo azabache, y cuando mis ojos están libres de obstáculos, veo ante mí el paisaje de un lago congelado, de hielo brillante bajo la luz del sol, una banca de madera raída, y un cerezo desnudo por el frío. Recuerdos de nuestro primer beso, sumergidos en el agua helada, en aquellos instantes tibia, vuelven a mi memoria como golondrinas. Me volteo y lo beso. Nuestros labios maltratados por el frío se unen, y vuelve a suceder el mágico momento. Nos echamos en la nieve y miramos el cielo envuelto en nubes plomizas, del que gotean copos blancos.

      —Aquí ocurrió nuestro primer beso —me susurra uniéndose su mano a la mía.

     —Aquí me enamoré completamente de ti.

     Luego de un rato admirando el más hermoso de los paisajes que pudiera proporcionarnos el invierno, Nicholas se levanta y se dirige hacia la parte trasera del auto, y del maletero, saca dos pares de patines de hielo. Lo miro, advirtiéndole de mis grandes dotes para el patinaje, y él se ríe, mientras me ayuda a levantarme.

     —Aprender cosas nuevas nunca está de más —conviene regalándome un guiño, y yo, sonrojada, lo acompaño hasta la banca de madera débilmente cubierta por la escarcha. El edificio en el que se celebró la fiesta, está a unos pocos metros de distancia, elegante y moderno, aunque apagado por la soledad.

    Nick se pone sus patines con maestría, mientras yo maldigo por lo bajo, y él se ríe, mientras me escucha refunfuñar. Me ayuda a ajustarme las correas y lo demás, y luego, a levantarme. Cuando pisamos la espesa y firme capa de hielo, Nick me sostiene de las manos, y se pasea conmigo a rastras por todo el perímetro del lago congelado. Después de unos instantes, le tomo un poco de lógica a lo que mis torpes piernas están haciendo, y, guiada por sus brazos, logro erguirme, recta, y patinar decentemente.

      —¿Extrañas Hampshire? —inquiere mi príncipe oscuro.

     —No te negaré que lo extraño, pero siento un extraño apego con este precioso sitio expuesto a la naturaleza.

     Me sostiene con fuerza de la cintura y da una vuelta, conmigo protegida entre sus brazos. El aire seco golpea nuestros rostros, mientras nos movemos sobre el hielo, y nos lanzamos miradas llenas de amor.

      —Y bien, Srita. Bennet, ¿es usted dichosa junto a mí?

     —Señor Darcy, mi tierno príncipe —le digo y suspiro dramáticamente—. Junto a usted soy la más dichosa de las mujeres, el más feliz de los seres.

     Nos besamos y bailamos sobre el hielo. Bailamos, entrelazando nuestros caminos, que, desde un principio, fueron uno solo. Bailamos porque la vida es una sola, y el amor, es parte fundamental de nuestros andares. Creo que, de una vez por todas, nuestra alma es una sola, y nuestra dicha, mutua. Los obstáculos son parte de la vida, y se ha de aprender a afrontarlos.

     ʺEl amor es para valientes, y tú y yo, somos unos guerrerosʺ.   

     FIN

        

    

   

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