Capítulo 39

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Narrado por Anna

Un día frío de octubre.

El otoño llega a nuestras vidas, poco antes de que se celebre la boda en la iglesia, y luego la fiesta que la precede en el gran jardín de la mansión, de quien sería dentro de pocas horas, mi esposo. El vasto campo, repleto de árboles privados de follaje, y otros colmados de hojas bermejas, me brinda la libertad que ansiaba desde hace tiempo. Aspiro del refrescante y limpio soplo otoñal, antes de sentirme abrazada por Nick, quien se acerca desde detrás. Justo desde el balcón de su preciosa habitación, se puede divisar un pequeño lago y promontorios a lo lejos. Los pequeños setos y demás, hacen que el campo no se note tan vacío y solitario.

-Mañana nuestra felicidad será completa, ¿no lo crees? -me pregunta, y yo asiento, volteándome lo suficiente para besar su mejilla.

No puedo estar más feliz. Incluso siento más felicidad que ese día en el que me propuso matrimonio, y recitó para mí una frase antedicha por Darcy, con respecto a la mujer y el casamiento.

-Lo creo. Pero aún no tengo idea de qué sitio sería el ideal para disfrutar de nuestra luna de miel -respondo pensativa. Por más que he pensado con respecto a ese asunto, se me hace difícil saber con precisión cuál sería el sitio perfecto.

Nicholas me da la vuelta, tomándome de la cintura, y luego me recuesta con suavidad contra el balcón, reclinando su cuerpo sobre el mío.

-No tienes motivos para preocuparte por eso, princesa -dice con atisbos de picardía-. Ya se nos ocurrirá algo entre hoy y mañana. Aunque claro, se me hará imposible verte antes de la boda, ya que, según tu hermana, que el novio se halle en presencia de la novia previo al casamiento, es de mala suerte.

Me río un poco, y pongo los ojos en blanco.

-Jolie es una mujer muy rara. La verdad, esas solo son invenciones. Y que el novio admire la belleza de su novia antes de su unión, no tiene nada de malo -convengo, acariciando sus cabello rizo y castaño-. ʺEl amor es para valientes, y tú y yo, somos unos guerrerosʺ.

-¿De qué novela habrás tomado esa frase tan cursi? -inquiere para sí mismo el amor de mi vida, con fingida incredulidad.

-Quizás la tomé de nuestra propia historia. De lo que se ha contado, y lo que resta por contar -respondo antes de rozar sus labios con los míos, y sentir que el frío aire se cuela entre nuestros cuerpos deseosos de amor.

Después de tener una noche magnífica, repleta de amor y caricias, bajo el calor de las ascuas en la chimenea, Nicholas se duerme en mis brazos, mientras que, asediada por la curiosidad, tomo entre mis manos un libro nombrado Jane Eyre, propiedad intelectual de Charlotte Brontë, y comienzo a leer los pasajes de una niña de tan solo diez años, que vive la iniquidad de su tía, la Sra. Reed. Entre líneas le hago espacio en mi mente, al acontecimiento de gran importancia que ha de ocurrir mañana, y además, a las personas que más quiero, las cuales estarán acompañándome. Y será Morgan quien me lleve al altar, donde sellaré mi destino con Nicholas.

A la mañana siguiente la casa se encuentra llena de personas a cargo de los preparativos de la fiesta que se celebrará en el jardín, y según me informan, Nick ya ha abandonado la propiedad y se encuentra en la iglesia, esperando por mí. Me miro en el gran espejo de pie mientras terminan de subirme la cremallera del vestido. El traje de novia que escogí es de escote cerrado, y está decorado con encajes finos, de color crema. El velo de encaje delicado que cuelga a lo largo de mi cuerpo, se esparce por parte del suelo. Mi cabello desciende por mi espalda en bucles, y colocados a la perfección por toda mi melena, se hallan decorados de flores. Sonrío, nerviosa, y la mujer encargada del vestuario sonríe detrás de mí.

-Se le nota hermosa, Srita. Jefferson -dice analizando por última vez el largo de las mangas del vestido, y luego toma los extremos del velo, y los levanta del suelo-. Su futuro esposo es un suertudo al contraer matrimonio con una mujer tan bien parecida.

-¿Lo crees? -le pregunto, y ella asiente optimista.

-Creo que es hora de llevarla a la iglesia, Srita. Permítame acompañarla.

Demoramos media hora en llegar a la iglesia, una construcción gótica no muy lejana de la mansión de Nicholas, alta como torre y de paredes evidentemente antiguas y despintadas en su exterior. Morgan me espera para llevarme adentro, y en cuanto nuestras miradas se cruzan, una evidente felicidad hace que sonriamos al conforme. Una mujer alta, de facciones cansadas y ojos un poco tristes, la cual viste un vestido azul claro, y lleva un chal blanco cubriéndole los hombros, me entrega un ramo de lirios, el cual se supone que deba de lanzar hacia atrás, una vez que Nick y yo estemos casados. Cuando entro en la iglesia, provocando que las miradas indagadoras se fijen en mí y Morgan, quien me lleva del brazo, comienza la marcha nupcial, y no tardo en atisbar los iris verdes fulminantes de mi futuro marido.

Una vez en frente de Nicholas, y el padre, miro hacia el público que anhela desesperado nuestro casamiento, y busco a Morgan entre la multitud sentada en las bancas, pero no está. Una terrible punzada hace que mi interior tiemble, pero la mano de Nicholas entretejiéndose con la mía, me brinda la seguridad que escaseaba hasta hace un momento, en mi interior. Bajo la luz de un día nublado, que se cuela por las ventanas de cristal, Nicholas y yo, por fin somos un matrimonio. Y cuando lanzo el ramo de flores, termina en las manos de Louisa, quien comienza a llorar junto a Sharon, mientras que los pétalos blancos, nos cubren a mí y a Nick, cuando salimos de la iglesia, para abordar el auto adornado con globos blancos y un letrero que dice claramente en dorado: Recién casados.

-Ahora queda la peor parte -le digo a Nicholas cubriendo sus manos con las mías, mientras miro las alianzas que nos unen.

-Vamos directo al aeropuerto -le anuncia Nick en voz alta al chofer, y este asiente con una sonrisa-Nos vamos a Hampshire, princesa. Supongo que lo deseabas hace un buen tiempo -dice y me besa. Me aparto un poco de él, presa de felicidad, con las palabras enredadas en la garganta.

Lo miro confusa y eufórica, después de haberlo escuchado. Ha tenido el trabajo de preocuparse por todos y cada uno de los detalles. Y esta vez ha deseado que conozca el Reino Unido, y Hampshire, condado en el que nació Jane Austen, con mis propios ojos. Nunca he salido de América, y la idea de viajar a Inglaterra, hace que me sienta la persona más afortunada.

-¿Y la fiesta que íbamos a dar después de casarnos? -le pregunto casi sin aliento. Me encuentro extasiada, pero, aun así, preocupada por las personas que acudirán a la fiesta.

-He hablado con la organizadora, y le he hecho saber que nos íbamos directo a nuestra luna de miel. Ella me ha asegurado que todo irá bien, y que los invitados disfrutarán -responde él con total afecto, y asiento concorde.

Abro la ventanilla y el aire de otoño se cuela en el interior del auto. El cielo está plomizo, pero el paisaje es de admirar. Es maravillosa la combinación tan grande entre la bermeja vegetación de la estación, y el cielo repleto de nubes embravecidas. Los promontorios se mantienen cubiertos de césped verde, el cual envejece mientras los días transcurren, y se aproxima el invierno. El soplo tibio del otoño es agradable a la piel, y él, él es mi paz.

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