Capítulo 40

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     Narrado por Nick

     Cuando llegamos a la terminal y entramos en el aeropuerto, guío a mi esposa a través de la gente, y siento un orgullo tremendo al tratarla de esposa. Está un poco nerviosa, y mira a todas partes, mientras me pregunta por enésima vez qué ropa usaremos en cuanto lleguemos al Reino Unido, y yo la hago calmarse, respondiéndole por enésima vez, que le había mandado al chofer desde esta mañana, meter lo necesario en el maletero del auto. Recuerdo como hace unos poco minutos, antes de llegar al aeropuerto, le costaba quitarse el vestido para ponerse una ropa cómoda, y también como casi ahorco al conductor para que se quedara a una distancia razonable, mientras ella se cambiaba a su gusto.

      —No sé qué hacer, cariño —me dice, y sé que se hubiera perdido, de no estar yo a su lado.

      —Ahora pasaremos por el control de seguridad. Cálmate.

      Cuando pasamos por el control de seguridad, todo va bien con el tío que nos revisa, y eso me calma un poco. No soportaría que alguien le mirara un segundo de más, o que le diera una de esas sonrisas mal intencionadas, o le comiera el trasero con los ojos. El barullo en el aeropuerto es casi insoportable, y siento la necesidad de abordar el avión cuanto antes. Antes de abordar le compro un Toblerone en el Duty Free, y ella lo acepta mientras sonríe, pero no lo prueba. Luego de escasos minutos, abordamos la aeronave, y ella continúa nerviosa, mientras toma el asiento al lado de la ventanilla.

      —Solo piensa que pronto estaremos en Hampshire, y podremos visitar Steventon o Southampton, y hacer lo que gustes —le indico, intentando animarle, y ella recuesta su cabeza en mi hombro, indicándome que está más calmada y lista para disfrutar de nuestra luna de miel, en Inglaterra.

      Cuando la azafata de vuelo comprueba que los compartimientos están correctamente cerrados, nos ponemos en marcha, y el avión despega. Anna toma el Toblerone que le compré hace media hora, y comienza a masticarlo, nerviosa. Aún no se ha calmado, y aunque tengo noción de ella, decido dejarlo estar. El viaje demorará varias horas, pero por lo que veo, ella no durará demasiado despierta, porque sus ojos comienzan a cerrarse, vencidos por el cansancio y la emoción de un ajetreado día. El avión comienza a flotar y Anna levanta la cortinilla, viendo como el terreno se achica bajo nosotros, mientras nos alzamos en el cielo repleto de nubes grisáceas.

     —Amor, ¿puedo apoyar mi cabeza en tu hombro? —me pregunta con los ojos más cerrados que abiertos, y yo asiento, acariciando su melena, la cual aún tiene algunos de esos adornos en forma de flores que utilizo en la ceremonia, pero decido no comentar nada, por mi propio bien.

      Y así se duerme, y viaja a parajes desconocidos para mí. Quizás esté soñando con las aguas tranquilas de los muelles de Southampton, o con el pequeño pueblo de Steventon, en donde nació la autora que es parte importante de sus ratos libres. Mis ojos comienzan a pesar, cuando doy un bostezo, y miro a través de la ventanilla. Descorro la cortinilla, y cierro los párpados. Quizás mi esposa esté soñando con Inglaterra, pero estoy soñando y deseando recorrer su cuerpo.

      Cuando despierto, Anna aún está dormida, con su pequeña cabeza descansando en mi hombro. Le pregunto a la azafata cuanto queda para aterrizar en Londres, y ella me dice que faltan pocos minutos, luego me da una sonrisa profesional y se retira a la cabina. Suspiro, pensando en que, al bajarnos del avión, debemos viajar en auto hacia el sur, donde se ubica Hampshire. Anna se remueve un poco, pero pronto vuelve a dormirse, y yo acaricio su rostro mórbido, deseando que nos encontremos en tierra firme, en el sitio en el que ella desea estar. 

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