4

1.7K 263 13
                                    

Cada día intentabas escaparte del taller a la hora del almuerzo para coincidir conmigo cuando iba a comprar. Nos encontrábamos a medio camino y hablábamos de todo y de nada, sobre todo tú. Al principio, a mí me daba vergüenza contarte cosas, porque pensaba que no eran interesantes, no tanto como lo que tú decías; esa revolución sobre la que te encantaba fantasear, esa manera que tenías de hablar de conceptos con los que yo apenas empezaba a soñar, como la libertad o la diversión. Me fascinaba tu mente, el tono ronco de tu voz y los horizontes que dibujabas y abrías cada día a mi alrededor...

Pero me daba miedo aferrarme a ello.

Pensaba que en algún momento te cansarías de mí. ¿Qué pintaba un chico tan simple como yo en tu vida? ¿Qué podía ofrecerte? La mayor parte del tiempo permanecía en silencio, intentando asimilar todo lo que me decías. Y tus ojos... brillaban cuando me miraban, aunque no lo entendía, y eso me mantenía alerta.

―Así que iremos este domingo a una fiesta―anunciaste después de una larga conversación sobre música. Suspiré hondo y me crucé de brazos.

―No es posible. Lo siento.

―¿Por qué no? ―Me seguiste.

―Porque... no puedo salir contigo...

―Salimos hace dos domingos.

―Por eso mismo ―expliqué.

―Estamos hablando ahora.

―Es algo casual, fortuito.

― Remus, Remus...

Me sujetaste del codo y contuve la respiración. Recé para que te compadecieses de mí, porque sabía que no tenía nada que hacer ante esa sonrisa tuya. Inclinaste la cabeza, mirándome como si estuvieses intentando desentrañar algún tipo de acertijo.

―Cuéntame qué ha cambiado.

―Pasamos demasiado tiempo juntos.

―¿Y eso es malo? Yo creo que no.

―Podría dar a entender cosas que no son.

Tenía el corazón en la garganta. Tú te limitaste a sonreír. Seguías sujetándome del codo y no sé en qué momento habías dado un paso hacia mí, pero de repente sentí que estábamos muy cerca, demasiado cerca. Nadie en la calle parecía prestarnos atención, pero a mí me sudaban las manos y tenía la garganta seca. Lo notaste, sé que lo notaste.

―¿De qué cosas estamos hablando, Remus?

―Ya lo sabes. De ti. Y de mí. Sobre nosotros.

―¿Eso sería algo malo? ―Alzaste una ceja.

Tragué saliva, inseguro. Sacudí la cabeza.

―Depende de qué sea lo que quieres.

―Quiero salir contigo. ―No vacilaste.

―¿Cómo sé que puedo confiar en ti?

Había oído hablar a mis amigos sobre chicos y chicas que se divertían con jóvenes con poca experiencia que caían deslumbrados ante el primer halago, para, después, terminar rompiéndoles el corazón tras unos meses de diversión y casándose con alguna persona de su entorno, de esas que a veces te miraban por encima del hombro al pasar por la calle.

―Eso es lo mejor de todo, que no lo sabes, así que es una elección tuya y puedes hacer lo que quieras, Remus, arriesgarte o no. ¿No te gusta la idea de poder decidir? Que dependa solo de ti.

Tomé aliento. Tenías razón, como siempre.

No había ninguna bola mágica en la que pudiese ver el futuro, si me estaba equivocando contigo o si valía la pena dar un paso al frente y dejar atrás los barrotes tras los que veía pasar mi vida, una en la que apenas tomaba esas elecciones de las que a ti tanto te gustaba hablar.

―Supongo que podría escaparme un rato...

StarlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora