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―¿Qué te ocurre hoy? Pareces enfadado.

Suspiré hondo. Estábamos en una cafetería cerca de la universidad. A veces iba allí por la tarde con Teddy, me llevaba algún cuento que los dos leíamos juntos o compraba una revista en el negocio que estaba en esa misma calle si veía que se entretenía con algún juguete. Me tomaba un café y pedía un jugo para él mientras pasábamos el rato hasta que tú terminabas de trabajar y pasabas a recogernos. Teddy solía apoyar las manos en el cristal cuando te veía venir caminando y tú lo imitabas desde fuera antes de entrar un rato hasta que, poco después, decidíamos regresar a casa dando un paseo tranquilo.

Aquel día habías llegado temprano y yo tenía el ceño fruncido mientras le echaba un vistazo rápido a la revista que había comprado antes. Nada. No estaba por ninguna parte. Ni en la sección «buzón de sugerencias» ni en «preguntas y respuestas de los lectores».

―No lo entiendo. Aquí dice que, si tienes algo que aportar o deseas ponerte en contacto con la revista, puedes escribir una carta a este apartado de correos.

―Comprendo ―dijiste mientras Teddy se sentaba en tus rodillas.

―Ya hace dos meses que envié la mía y nadie me ha respondido.

Alargaste el cuello para ver mejor esa sección de la que hablaba.

―Cariño, dudo que respondan todas las cartas que les llegan.

―¡Pues que contraten a alguien para que lo haga! ―protesté, y tú sonreíste hasta que te diste cuenta de que estaba enfadado de verdad y la expresión se borró de tus labios―. Puedo entender que no la publiquen, pero no que no se tomen la molestia de contestar. Es una cuestión de principios. De respeto. No es justo. O, al menos, deberían avisar en letra pequeña de que sí, puedes escribirles, pero que jamás responderán.

―Remus...

―No, lo digo en serio.

―Moomy está enfadado... ―dijo bajito Teddy.

―No estoy enfadado, cielo. Solo indignado.

―¿Qué es «indignado», Dadfoot?

Te mordiste la lengua para no decir en voz alta que «indignación» era «enojo, ira o enfado», por aquello de no llevarnos la contraria delante de nuestro hijo. Yo sacudí la cabeza, aún pasando las páginas de la revista y demasiado centrado en ese problema como para atender a nada más. Me había molestado sentirme ignorado. Había escrito aquellos dos folios llenos de sugerencias con todo el cariño del mundo, repasándolo y tecleando en mi máquina de escribir durante una mañana mientras Teddy corría de un lado a otro del salón. Después la había metido en un sobre, lo había cerrado antes de comprar un sello, y la había echado al buzón.

Por supuesto que esperaba una respuesta.

En mi carta, además, me quejaba sobre parte del contenido de la revista. En esencia, las ideas eran buenas, pero no tanto el resultado final. Era una de las publicaciones más leídas en aquella época por el género femenino, pero ellas avanzaban rápido y sus páginas, en cambio, empezaban a quedarse algo anticuadas. Por no decir que esas secciones en las que se les invitaba a participar no tenían demasiado sentido cuando, al parecer, la voz de ninguno era escuchada por los que dirigían la revista.

―No importa, deberíamos irnos ya ―dije.

―Claro que importa. Espera. Voy a pagar y me lo cuentas mejor mientras vamos hacia casa, ¿de acuerdo? ―Te levantaste, me diste un beso en la frente y fuiste hasta la barra mientras te sacabas la cartera del bolsillo de los vaqueros, ese estilo de pantalones que se habían convertido en tus preferidos desde que llegaron para quedarse.

StarlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora