21

895 137 4
                                    

La relación con mi familia seguía siendo tensa, pero habíamos vuelto a hablarnos. No los veía tan a menudo como antes y tú intentabas evitar coincidir con mi padre. Te entendía. Entendía que eran tan distintos que te daba miedo volver a chocar con él o que dijese algo ante lo que no pudieses contenerte. Aunque no le tuvieses demasiado aprecio, no querías interferir de nuevo en nuestra relación. Porque puede que, exceptuando a mamá, yo ya no los quisiese de la misma manera, de esa incondicional que sientes cuando eres pequeño porque sencillamente has nacido en ese nido y no conoces nada más, pero seguían siendo mi familia. De algún modo retorcido, me calmaba saber que estaban bien. Que mis primos eran felices después de casarse, que Teddy pudiese conocer a los suyos, que tú te guardases lo que pensabas porque respetabas mi decisión, incluso aunque no estuvieses de acuerdo con todo o a veces te viese morderte las uñas cuando te ponías nervioso.

Te doy las gracias por eso, Sirius.

Por no imponerte nunca. Por no darme órdenes ni intentar convencerme de cosas que, en ocasiones, tú veías más claras desde fuera. Por aconsejarme sin presionar más. Por ceder. Por quererme con mis defectos y por dejarme ver los tuyos. Por mucho más.

Aun así, pasábamos mucho más tiempo con tu tío que con mi familia. Era inevitable. Él era el hombre más dulce que nunca conocí, más incluso que tú, porque él era incapaz de enfadarse, no tenía ese carácter que solía decir que habías heredado de tu madre. Recuerdo todos los momentos a su lado con una sonrisa. Seguía comprándome esas barras de chocolate que tanto me gustaban y, años después, descubrí que tenía que ir caminando hasta una pastelería al otro lado del pueblo para conseguir esa barra que yo devoraba en un pestañeo mientras él me miraba satisfecho y servía el café. Entonces, cuando tú le contabas qué tal te había ido esa semana en el trabajo o le hablabas de ese libro de texto escolar en el que te habían pedido que participases, él dejaba escapar el aire para esconder el orgullo que sentía, y a mí me entraban ganas de llorar. Y con Teddy... con Teddy se desvivió desde el primer día.

Hacía lo que quería con su tío, ¿recuerdas? Te reías al ver que intentaba subirse a su espalda para que lo llevase a caballito como tú solías hacer. A él le gustaba mandar y era de ideas fijas, mientras que tú tío se dejaba manejar a su antojo.

Aquel día a mediados de primavera, fuimos a comer a su casa y noté que parecíais compartir algún secreto, porque, seamos sinceros, él era incapaz de hacer como si nada, no sé cómo pudiste confiar en que él podría disimular.

―¿Hay algo de lo que no me haya enterado?

―¿Qué? ¡No! ¡Claro que no! ¿Por qué lo dices?

―Te has puesto nervioso ―insistí.

―¡No es verdad! ¡Por supuesto que no!

―Parece que te vaya a dar un ataque.

―Ha tenido una semana dura en el taller ―lo excusaste, antes de sentarte a su lado y pasarle un brazo por los hombros. Tu tío asintió con más énfasis de lo esperado. Los miré. Erais como dos gotas de agua, aunque él tenía el cabello salpicado de canas y los rasgos más suaves, mientras que tú acababas de cumplir los treinta y cuatro años y tenías la piel resplandeciente y los ojos brillantes. Pero vuestra nariz era igual. Y también los dedos largos, ásperos.

―Supongo que sabéis de que no me engañáis.

―¿Quién te engaña, moomy? ―preguntó Teddy.

―A mí no me mires ―contestaste riéndote.

Te lancé una ficha de dominó que esquivaste.

Tu tío también terminó riéndose por lo bajo, y yo alcé una ceja, incrédulo, porque no entendía qué estaba ocurriendo y, oh, no había nada que odiase tanto como las sorpresas. Tú lo sabías, claro que lo sabías. Las Navidades del año anterior estuviste semanas hablándome de mi regalo y yo revolví toda la casa. En serio. Toda. Miré encima de los armarios, debajo de la cama y hasta en el taller de tapicería de tu tío cuando fui a hacerle una visita. Necesitaba saberlo porque la intriga me estaba matando. Nunca lo encontré. Al final resultó que siempre lo llevabas encima, en tu cartera. Eran dos entradas para ver una obra de teatro a la que me había empeñado en asistir y que sabía que a ti te horrorizaría, pero que a mí me hizo llorar y me emocionó. Fue la primera vez que dejamos a Teddy con tu tío para salir y poder compartir un rato a solas, algo que no todo el mundo veía bien por aquel entonces, o eso fue lo que comentó en susurros la vecina de enfrente unos días más tarde.

StarlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora