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Un mes después, justo cuando me llegó la primera tanda de cartas, descubrí que tu tío estaba haciendo trámites para conseguirle un hermanito a Teddy. Y al mirar atrás, reconozco que fue un momento raro. O, más bien, inoportuno. Los dos queríamos tener más hijos, pero de nuevo ocurría justo cuando por fin despegaba laboralmente. Ya había sacrificado aquella parte de mi vida años atrás, porque fue imposible aceptar el empleo que me ofrecieron cuando por fin tenía lo que por años había deseado, y justo en aquel instante estaba tan centrado en el proyecto que tenía entre manos que la noticia fue como el zumbido de una abeja que no esperas y que te hace despertar. Quería otro bebé, lo quería...

Pero también quería lo otro...

Y entonces me sentí culpable.

―No hagas eso, Remus. Escúchame, esta vez será diferente, ¿de acuerdo? Porque trabajas desde casa y puedes seguir haciéndolo. Yo te ayudaré. Intentaremos compaginarnos. Puedo cambiar el horario de tardes para recoger a Teddy del colegio. Nos apañaremos.

Asentí, con un nudo en la garganta.

Un nudo que desapareció semanas y meses después, conforme Alphard se sentía más cerca. De hecho, fue una adopción diferente, Teddy simplemente llegó, pero con Alphard tuvimos la opción de escogerlo. En algún momento mientras observaba a los demás niños corretear, conecté con él. Fue un día en que a solas, tan solo acompañado por la máquina de escribir llegó tu tío e insistió en ir a dar una vuelta al orfanato. Después compartíamos siempre aquella rutina. Un café con leche descafeinado. El me llevaba en su auto mientras me quedaba pensativo mirando por la ventana. Las cartas que llevábamos a correos. Esa satisfacción cada vez que sentía que estaba haciendo algo útil, algo que me llenaba, hablando con gente de todas partes de Inglaterra. Tu tío siempre fue bueno escuchando. Yo siempre he creído que cuando estoy con el me vuelvo mucho más comunicativo, me gusta compartir, dar, expresarme, todo de una forma más emocional.

Me reuní en dos ocasiones con Kingsley y en ambas fuimos a comer. Él quería discutir conmigo algunas de las propuestas que había seleccionado del «buzón de sugerencias». Lo bueno de Kingsley era que, al contrario que su padre, era alguien dispuesto a escuchar. No te miraba por encima del hombro y no se reía si decías algo tonto frente a su experiencia. Al revés, se lo tomaba todo muy en serio, hasta el comentario más insignificante. Me gustaba que se preocupase por la revista y por los contenidos que ofrecían. Yo estaba convencido de que el problema no eran los temas, sino que la revista se dirigía a un público joven y a esa generación nos interesaban otras cosas. Cuando me propuso que hiciese algunas pruebas para ver si podía participar de vez en cuando en alguna sección, me negué.

―Ni siquiera doy abasto respondiendo las cartas de los lectores. Hay demasiadas. No puedo hacerme cargo de algo más, Kingsley. Y menos ahora.

―Podemos contratar a alguien para que te ayude.

―¿Estás seguro? ―pregunté indeciso.

―Claro. Se ha corrido la voz de que tenemos en cuenta la opinión de los lectores, entre otras cosas, y las ventas han ido mejor este último trimestre. No me quiero precipitar, pero creo que vamos por el buen camino. Todo se reduce a darle al cliente lo que quiere, ¿no es cierto? Y, mírate, ¿quién va a saberlo mejor que tú, Remus? Eres justo el tipo de persona que nos lee, ¿qué edad tienes?

―Treinta y uno.

―Lo que decía.

Suspiré y lo pensé.

―Tengo una buena amiga que estudió conmigo y a la que le encantó la idea de responder las cartas. Se llama Lily, es lista y aprende muy rápido.

―Perfecto. Pues no hay más que hablar.

Así fue como Lily empezó a formar parte de aquel proyecto. A menudo trabajábamos juntos. Venía a casa, preparábamos algo para almorzar y contestábamos cartas, algunas entre los dos cuando trataban temas difíciles, en otras ocasiones nos centrábamos cada uno en lo suyo y apenas hablábamos hasta terminar.

StarlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora