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Tenía el corazón en la garganta. Eran las once de la noche pasadas y tú no habías aparecido, cuando siempre llegabas a media tarde los días que no pasabas a recogerme después de las clases. Cuando escuché el sonido de las llaves en la puerta, fui corriendo y abrí.

―¡Sirius! ¿Qué ha ocurrido?

―Mortífagos... ―susurraste.

En la madrugada del veintitrés de abril de 1971 se había llevado a cabo una de las batallas más amplias en la escuela de magia. Toda la estructura fue detenida, entre ellos más de treinta estudiantes, y los que no se escondieron para evitarlo. Se los sometió a interrogatorios y torturas. La escuela se paralizó. Pero las manifestaciones, las protestas y el ambiente de agitación constante continuó años después, hasta entonces. Yo estaba orgulloso de ti, de que luchases por tus ideas contra los malos, de que siempre fueses valiente por aquello que pensabas que valía la pena, pero cuando esa noche te vi con el rostro ensangrentado, lo único que deseé fue que jamás volvieses a meterte en nada que pudiese ponerte en peligro.

Te cogí del brazo y te llevé hasta el baño.

Tenías una brecha en la frente, casi en la línea del pelo, y te sangraba la nariz y el labio. Fui a por mi varita que descansaba tranquilamente sobre nuestra cama. Te curé las heridas en silencio. ¿Sabes? Ya por aquel entonces, en muchas ocasiones, no hacía falta que hablásemos para que pudiésemos entendernos. Sabía que habías hecho lo que creías correcto. Y sabía que eso podía tener consecuencias. A ti no te hizo falta mirarme más de un segundo para darte cuenta de que eso me ponía nervioso. Me sujetaste la mano en la que llevaba la varita cuando empecé a temblar, respiraste hondo y alzaste la vista.

―Lo siento, ¿de acuerdo? Intentaré...

―¿No terminar en Azkaban? ―jadeé.

―Es un buen propósito, sí.

―Sirius...

―Ya sabías esto.

―Sí, pero ahora... ahora...

Tus ojos grises se clavaron en los míos.

Me senté a tu lado, en el borde de la bañera, cuando noté que empezaban a temblarme las piernas. Había decidido esperar, sobre todo cuando la posibilidad me parecía casi un milagro, hasta el punto de que no lo sentía real.

―¿Qué ha cambiado, Remus?

―Es que creo... ―tragué saliva―, creo que encontré una institución que nos permitirá adoptar. No piden papeles del matrimonio, parecen muy abiertos de mente, pero no quería contártelo hasta estar seguro para que no te hicieses ilusiones, porque me aterra estar equivocado y yo...

―Ven aquí, cariño.

Me abrazaste tan fuerte que te rodeé el cuello para no caer. Sentí tu aliento cálido en mi piel mientras murmurabas, aunque el pulso me latía tan rápido que apenas escuchaba lo que me decías, palabras sueltas cargadas de emoción, promesas susurradas.

StarlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora