Cumpliste tu palabra. Fue otra estrella. Yo tuve que aguantar tu humor de perros unos meses y escuchar cómo masticabas chicles de menta a todas horas, pero dejaste el tabaco y empezaste a caminar más a menudo y a coger menos el coche para ir y volver del trabajo.
Alphard no volvió. Pronto descubrimos por qué.
Había conocido a una chica en Madrid llamada Amber y estaba tan enamorado que casi no lo reconocí cuando fuimos a verlo de nuevo y nos saludó con los ojos brillantes, el pelo más corto y una sonrisa inmensa. Tú le diste un par de palmadas en la espalda e intercambiasteis una mirada llena de cosas; de respeto, de amor, de admiración. Unos minutos después nos presentó a su chica, que esperaba fuera del aeropuerto. Era preciosa. Le cogimos cariño desde el primer saludo y, tras aquellos días junto a ellos, nos marchamos de allí con la certeza de que Alphard estaba bien. Y estaría bien.
Tanto como Teddy, que meses más tarde nos anunció que adoptarían a un niño. Él y James Sirius nunca se casaron, pero adoptaron una niña preciosa a la que llamaron Eva. No sé si es que con la edad uno se vuelve más sensible o si los dos estábamos atravesando una etapa parecida, pero nos emocionábamos por cualquier tontería. La primera vez que te llamó «abuelo» estuviste a punto de echarte a llorar.
La diferencia entre tener hijos y nietos es que a los hijos debes educarlos y ponerles normas; en cambio, con Eva nos limitamos a disfrutar de ella y a saltarnos a escondidas las reglas que sus padres marcaban. Reconozco que le di alguna galleta más de la cuenta de esas que llevaban pepitas de chocolate y quizá le compré más juguetes de los que debía, pero, en mi defensa, tenía una sonrisa tan bonita que era muy difícil negarle nada cuando hacía uno de sus pucheros, o eso solías decir tú cada vez que te ablandabas. Y la vida siguió. Los días pasaron. Los meses. Los años.
Forjamos una nueva rutina. Yo trabajaba por las mañanas mientras tú estabas en el colegio, pero cada vez delegaba más cosas en Teddy para poder pasar las tardes contigo, sobre todo cuando Eva empezó a ir a la guardería. Entonces, cuando caía el sol, salíamos a caminar con la esperanza de que tus pulmones se mostrasen agradecidos, dábamos una vuelta por el barrio cogidos de la mano, parábamos a tomarnos un café descafeinado o, si era sábado, unas bravas en alguna de esas terrazas que conocíamos tan bien. Leíamos juntos y nos aficionamos a ver series y a ir cada vez más al cine. De vez en cuando hacíamos alguna escapada y tú aprovechabas para hacer fotografías y fingir durante unos días que seguíamos siendo jóvenes.
Pero ya no lo éramos, Sirius. Solo en nuestra cabeza.
Empezamos a notarlo poco a poco. Es curioso cómo la mente se moldea. Según mi percepción, seguía teniendo en torno a cuarenta años, pero según el espejo había dejado ya atrás los sesenta. Las arrugas, esos caminos llenos de recuerdos, surcaban mi piel. Me teñía el pelo cada mes para ocultar las canas. Ya no recordaba qué significaba la palabra «cintura», porque mi cuerpo era completamente recto. Me habían salido varices en las piernas y empecé a darme masajes y a tomar infusiones de cola de caballo, aunque fue en balde. Dejé de tener la misma fuerza en los brazos y, aunque a regañadientes, acepté el carrito de la compra que Teddy me regaló porque, en el fondo, tenía razón y era práctico.
Fue paulatino, pero al mismo tiempo rápido.
Pequeños cambios y detalles que se asentaron en nuestra vida y comenzaron a ser parte de la rutina, como si siempre hubiesen estado ahí. Tus pastillas para el colesterol, por ejemplo. Me parecía algo muy normal recordarte cada mañana si te las habías tomado. También la del corazón. Y qué mal sonaba eso. Lo pensé cuando el médico te la recetó. «Esta es la pastilla para el corazón». Me resultó raro. Pensar que tu corazón necesitase ayuda, un empujoncito, ese corazón que tantas veces había escuchado antes de dormirme con la cabeza apoyada en tu pecho, ese del que me había enamorado cuarenta y cinco años atrás. Cuarenta y cinco años, Sirius.
Cuarenta y cinco años desde que te vi en aquella calle mientras llevaba un pastel debajo del brazo. Desde esa primera vez que me seguiste y me convenciste para que saliese contigo. Desde que fuimos a la heladería y escuchamos How deep is your love? y I Will Survive sin imaginar entonces que después serían canciones casi prehistóricas.
Cuarenta y cinco años desde que todo empezó...
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Starlight
FanfictionUna historia de amor, de sueños y de vida. La de Remus. El chico que no sabía que tenía el mundo a sus pies, el que creció y empezó a pensar en imposibles. El que cazaba estrellas, el que anhelaba más, el que tropezó con él. Con Sirius. El chico que...