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―Creo que las personas somos como edificios.

―Yo creo que esta es otra de tus teorías locas.

―Puede ser. ―Me miraste―. Pero es cierto. Piénsalo. Somos como edificios, empezamos siendo apenas un trozo de suelo y cuatro paredes.

―Y luego llega el techo ―dije siguiéndote el juego, tan solo porque me divertía escuchar las cosas que a veces se te pasaban por la cabeza, esas pequeñas locuras.

―Exacto. Llega el techo y una y otra planta conforme pasan los años.

―Los rascacielos son gente centenaria ―apunté.

―Quédate con la teoría, Remus. Somos edificios, por eso necesitamos unos cimientos sólidos antes de poder crecer. Y a veces algún pilar está en el lugar incorrecto desde el principio, por ejemplo, y hace que todo se tambalee. O que salgan humedades.

―Odio las humedades.

―Pero también están esos edificios que tienen fachadas increíbles y que por dentro están sucios y casi para derribar. Y, al contrario, algunos que por fuera parecen poca cosa y resulta que tienen hasta patio interior o terrazas desde las que ver el atardecer.

―¿Y qué somos nosotros, Sirius?

―Tú un ático, desde luego.

―¿Eso por qué?

―Porque siempre has estado arriba, aunque no te dieses cuenta. En cuanto a mí, no sé, no me importaría ser una casa de una sola planta siempre y cuando fuese sólida, ¿me entiendes? De las que se hacían antes, con las paredes gruesas para que en invierno se conservase el calor y en verano el frío. Nada de estas que hacen ahora que parecen casi de papel.

―Lo serías, Sirius. Serías una de esas casas.

―Me alivia saberlo ―contestaste.

―Tendrías la fachada de ladrillo.

―Creo que la conversación se nos está yendo de las manos.

―Has empezado tú ―repliqué.

―Y a ti te falta tiempo para seguirme.

Nuestras miradas se enredaron. Nos sonreímos.

StarlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora