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Los grises años setenta, como algunos los recuerdan, tuvieron un sabor agrio al principio. Tú solías decir que fueron como cuando muerdes una manzana que está demasiado ácida y al principio te cuesta asimilarla, pero, conforme vas dándole un bocado tras otro, empiezas a pensar que quizá no está tan mal, incluso con la piel y todo, con pepitas agrias y el corazón fibroso. Porque fue el principio del cambio. Porque aprendimos que después de la tormenta llegaba la calma y que «nosotros» éramos nuestra historia de amor, la parte bonita y dulce, pero también la otra, la ácida, la dolorosa, la que no siempre se sabe desenredar.

Y fue una época convulsa, confusa y complicada.

Pero durante la década de los setenta también ocurrieron cosas más allá de la guerra mágica. Yo terminé el curso de taquigrafía y mecanografía con honores y recibí una primera oferta de trabajo que rechacé porque temí estar en el trabajo cuando Teddy llegara a casa, pero, aun así, fue uno de los momentos más bonitos de mi vida, porque me sentí orgulloso de mí mismo y me llevé de allí a un buen puñado de amigos que siempre me acompañarían. Se estrenó la película Tiburón y tú te empeñaste en verla, aunque a mí me daba pavor; a cambio, me vengué años más tarde convenciéndote para que me acompañases a ver Grease, que a ti te horrorizó. Murió Elvis Presley y también Charles Chaplin. Nos compramos el primer televisor. Y también el primer coche. Tú parecías un niño con un juguete nuevo. Era un Renault 4 y nos costó 234.296 galeones. Ahora me hace gracia recordar que era tan pequeño que apenas sabíamos dónde llevar el equipaje cuando viajábamos, y en verano nos asábamos dentro incluso con todas las ventanillas bajadas. Por aquel entonces, nos parecía que no podíamos desear nada más, que estábamos en la cima del mundo.

Y llegó nuestro pequeño Teddy.

Cuando ya menos lo esperábamos... Cuando casi habíamos dejado de pensarlo...

La cuestión es que llegó y sacudió nuestras vidas. Estábamos enamorados de él. De esas piernas rollizas con las que terminó dando sus primeros pasos poco después de cumplir un año, aquel que celebramos en casa de tu tío un domingo que mi madre pudo escaparse para venir. Y de sus ojos, que cambiaban de color segundo a segundo, profundos, llenos de verdad. Teddy siempre se pareció a ti en todo. En el carácter. En la sonrisa. En la forma de afrontar las cosas, con esa costumbre suya de tragárselo todo hasta que no podía más. En lo soñador y lo idealista que era. En todo, Sirius.

Y, quizá por eso, siempre fue tu gran debilidad.

StarlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora