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Recuerdo aquel verano como si fuese ayer. Recuerdo la luz del sol al amanecer, tan bonita, tan suave. Recuerdo nuestros cuerpos enredados bajo las sábanas de aquel colchón lleno de muelles sueltos en el que costaba dormir, pero no tanto hacer el amor hasta cansarnos. Recuerdo tu sonrisa, Sirius, siempre tu sonrisa. Llena, plena, honesta. Recuerdo tus manos en mi piel manchada por la arena de la playa y lo mucho que nos reímos en aquel restaurante en el que nos dimos el capricho de cenar y donde el camarero se equivocó con todos los platos, pero estábamos tan felices que ni nos importó. Recuerdo tu voz susurrando cada noche el libro que estábamos leyendo entonces, lo mágico que era escucharte e imaginar historias, vivir dentro de aquellas páginas a tu lado, compartir ese momento. Recuerdo que no necesitábamos nada más para ser felices, porque en aquellos días llenos de sol, mar y miradas brillantes nos dimos cuenta de que siempre nos tendríamos a nosotros mismos.

Lástima que solo guardemos un par de fotografías de aquel viaje. Nos lo pasamos tan bien en aquel camping que a partir del segundo día no nos acordamos de coger la cámara.

Y regresamos más enamorados que nunca.

Porque esa era una de mis teorías contigo.

Podía enamorarme de ti muchas veces. Lo comprobé con el paso de los años. A veces pasábamos una mala racha, a veces la vida golpeaba tan fuerte que apenas recordábamos qué hacíamos allí, viviéndola juntos, cogidos de la mano. Pero entonces ocurría. Podía ser un instante, una frase, una mirada. Y volvía a sentirme como el chico ingenuo que se sonrojaba tan solo al ver cómo curvabas los labios.

Volvíamos a ser, a querernos más y mejor.

Aquel viaje fue un punto y aparte, uno de los buenos. Cuando regresamos estaba agotado pero radiante. Dibujamos juntos esa nueva constelación, una que siempre recordaríamos con cariño, la que vino después de la última, la que estaba teñida de dolor, pero también queríamos conservar, porque tú tenías razón: «los recuerdos malos también somos nosotros». Qué cierto era eso.

Así que, cuando fuimos a un pequeño orfanato afuera de la ciudad unas semanas más tarde para ver si tu tío podía conseguir a un niño que lo ayudara en el taller, no nos esperábamos aquello. Habíamos estado tan perdidos encontrándonos de nuevo y saboreando cada momento que olvidamos por completo nuestro deseo más grande.

Tu tío suspiro al ver que no entendíamos.

―No es para mi, es para ustedes.

StarlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora