En 1999, cuando Alphard celebró su dieciocho cumpleaños, la situación llegó al límite y se rompió, pero, al mismo tiempo, también se empezó a reconstruir poco a poco. Un mes después de cumplir la mayoría de edad, nos dijo que se marchaba, que iba a coger una mochila y el primer tren que pasase. Que quería recorrer el mundo, sin ataduras, sin tener que cumplir horarios ni darle explicaciones a nadie. Yo me eché a llorar. Tú te enfadaste como nunca.
Quizá no nos lo tomamos de la mejor manera.
Simplemente pensábamos que no era bueno para él y queríamos protegerlo de aquello que creíamos que lo perjudicaría. Y no, no nos entusiasmó la idea de que se colgase una mochila del hombro y se largarse por ahí con los pocos ahorros que había reunido trabajando algunos fines de semana en un local del barrio.
Pero no era nuestra vida. No era nuestra decisión.
Estuvisteis dos semanas sin dirigiros la palabra. Los silencios en casa eran dolorosos. Los recuerdos del pasado también, sobre todo cuando pensaba en aquellos años ochenta dulces y llenos de risas, los días soleados en la playa y en la casa del campo, lo mucho que jugabas con tus hijos y disfrutabas viéndolos crecer sin poder imaginar ni por un momento que, con el paso del tiempo, Alphard y tú os distanciaríais y dejaríais de entenderos igual.
Pero, como digo, fue también cuando todo empezó a reconstruirse.
Aquel día, el último que pasó en casa, lo ayudé a prepararse el equipaje. Me aseguré de que se llevase medicamentos, una tarjeta sanitaria que lo cubriese fuera y cosas prácticas en las que, por supuesto, él no había pensado. Antes de irse a la universidad, Teddy se pasó por el dormitorio y abrazó a su hermano con fuerza; le dijo que estaba loco, lo llamó «renacuajo» entre lágrimas y le regaló uno de esos chupetes de colores que siempre colgaban de sus llaves para que lo usase como amuleto y se acordase de él. Yo tenía un nudo en la garganta.
Te esperamos, Sirius. Saliste de casa en cuanto empezamos a preparar su equipaje y dijiste que volverías, pero cuando el taxi llamó abajo a la hora acordada, tú no estabas allí. Alphard nos había pedido que no lo acompañásemos hasta la estación, porque quería elegir solo su primer destino. Pero se suponía que tenías que estar en casa. Despedirte de él.
¿Cómo no ibas a hacerlo...?
Incluso aunque no apoyases su decisión. Pese a todas las discusiones de los últimos años. A pesar de los malentendidos y las palabras dichas que no sentíais.
Vi que Alphard miraba a ambos lados de la calle cuando llegamos hasta el taxi. Se puso un poco nervioso. Tragó saliva con fuerza. Lo cogí de las mejillas, como si aún fuese un niño.
―Todo irá bien, cariño.
―Ya lo sé ―gruñó.
―Y si surge algún problema, cualquier imprevisto, sabes que estamos al otro lado del teléfono, ¿de acuerdo? Y llámanos, Alphard. Llámanos cada vez que puedas.
―Vale, papá―suspiró.
―En cuanto a tu padre...
―Déjalo ―masculló molesto.
―Te quiere muchísimo. Y siempre ha intentado hacer las cosas bien contigo, es solo que ahora mismo está tan cerrado en sí mismo que ni siquiera ve más allá...
―No importa ―dijo sacudiendo la cabeza.
Alphard no era de los que se abrían fácilmente o hablaban de sentimientos, tampoco tenía la misma capacidad que tú para pedir perdón o recapacitar cuando se equivocaba. Por eso me enfadé contigo. Porque conocías a nuestro hijo y pensé que en aquel momento era tu responsabilidad no caer en aquella situación. Te grité eso mismo cuando llegaste a casa quince minutos más tarde, abriste su habitación y te quedaste en el umbral de la puerta.
―¿Cómo has podido no despedirte de él, Sirius?
Te revolviste el pelo. Estabas nervioso, incómodo.
Me fijé en tus manos. Tenías todas las uñas mordidas.
―Remus... ―Fue un susurro―. Tú no lo entiendes.
―Supone lo mismo para los dos. ¿Crees que no me ha costado ayudarlo a prepararse el equipaje y dejarlo ir sin saber dónde dormirá mañana o pasado? ¿Crees que ha sido fácil?
―No, pero...
―No te has despedido de tu hijo y te vas a arrepentir toda tu vida de esto. Te estaba esperando, Sirius, estaba esperando a que aparecieses, no dejaba de mirar a los lados en la calle antes de subirse al taxi y le has fallado. Pero, peor aún, te has fallado también a ti. Porque tú no eres así. ―Te acaricié la mejilla―. Ya sé que es duro...
Te tapaste la cara y suspiraste.
―Lo he arruinado...
―Un poco.
―Es que no podía...
―Ya lo sé, mi vida.
―Aún puedo despedirme.
Te miré sorprendido mientras te apartabas y cogías la chaqueta que colgaba del perchero tras la puerta de la entrada. Agitaste las llaves en la mano antes de inclinarte para darme un beso rápido. Y sí, lo hiciste. Me lo contaste horas después, por la noche, mientras nos abrazábamos e intentábamos compartir la preocupación. Fuiste hasta la Estación del Norte. Estuviste a punto de saltarte el control de seguridad cuando viste que él acababa de cruzarlo para subir en ese tren que salía en cinco minutos. Te miró. Lo miraste. Os abrazasteis fuerte. Al parecer, no hablasteis, por una vez no os hizo falta para comunicaros y saber que todo estaba bien, que seguirías allí cuando volviese, que él aún te quería como siempre.

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Starlight
FanfictionUna historia de amor, de sueños y de vida. La de Remus. El chico que no sabía que tenía el mundo a sus pies, el que creció y empezó a pensar en imposibles. El que cazaba estrellas, el que anhelaba más, el que tropezó con él. Con Sirius. El chico que...