39

609 112 4
                                    

Empezamos por Europa. Entendí entonces por qué a la gente le gusta tanto viajar. Es fácil. No se trata solo se conocer otros lugares, se trata también de conocerse a uno mismo. Porque la novedad de estar en un sitio diferente te obliga también a vivir en ese presente, a agudizar todos los sentidos, a «estar», tan sencillo como eso. No te pierdes en tu propio mundo ni en recuerdos cuando atraviesas una calle nueva o visitas ese monumento que estabas deseando ver, no piensas en los problemas ni caminas con ese saco de preocupaciones que a menudo cargamos en nuestra vida diaria, cuando avanzamos como autómatas del trabajo a casa, de casa al gimnasio, del gimnasio al supermercado.

Es diferente. Es intenso. Y se vuelve adictivo.

Ámsterdam, Edimburgo, Dublín, Brujas, Praga, Lisboa y Copenhague. Yo creo que, conforme recorríamos aquellas ciudades, tú empezaste a entender mejor a tu hijo. O eso reconociste un día mientras paseábamos por Venecia de noche y cogidos de la mano. Se lo dijiste a la mañana siguiente cuando lo llamaste por teléfono y comentaste que ese gesto tan pequeño lo emocionó tanto que, como siempre que se trataba de sentimientos, Alphard no supo qué contestar antes de cambiar de tema y contarte que Amber había encontrado un nuevo trabajo en el que le pagaban mucho mejor que en el anterior.

A ti te hizo gracia. Eso es lo que pasa cuando conoces a las personas y sabes qué esperar y qué no. En cierto modo, los defectos pierden fuerza y las pequeñas taras de cada cual se convierten en eso que lo diferencia del de al lado, lo que hacía que Alphard fuese único, por ejemplo, con sus defectos y sus virtudes, con sus luces y sus sombras.

Cuando le explicamos a Teddy que queríamos ampliar horizontes y cruzar al otro lado del charco, empezó a ponerse nervioso. Creo que entonces fui más consciente que nunca de que mi pequeño, nuestro hijo, ya era padre en todos los sentidos. Esa preocupación por todo, ese impulso de querer abarcar más y más. Esa tensión que se asentaba en sus hombros.

Supiste captar las señales y te fuiste a charlar un rato con James Sirius a la cocina para dejarnos a solas. Apoyé una mano en su pierna y lo miré antes de coger aire.

―Deberías relajarte, Teddy. Hazme caso.

―Estoy bien, solo me preocupo por ustedes.

―Ya lo sé. Y también sé cómo te sientes, porque una vez estuve en tu situación y años después me di cuenta de que quizá podría haber hecho las cosas de otro modo. ¿Sabes lo que me decía a menudo tu tío abuelo? Te vas a reír. Me decía: «Siempre con prisas, Remus».

―¿Tú con prisas? ―Parpadeó sorprendido.

―Hubo una época en la que sí, Teddy.

―Es que siento... ―Se llevó una mano al pecho y vi cómo contenía las lágrimas―. Siento que siempre tengo algo que hacer. Siempre, papá. Desde que me levanto hasta que me acuesto. Pero tampoco puedo pedirle más a Jamie, porque sabes que hace todo lo que puede...

―Quizá deberías delegar en alguien parte de tu trabajo.

―Ya, pero la gente es poco profesional... lo harían mal...

―Entonces buscarías a alguien que lo hiciese mejor.

―Puede ser. ―Respiró hondo―. Y luego estáis ustedes...

―¿Qué pasa con nosotros? Sirius y yo no tenemos problemas.

―Tengo la sensación de que debería estar más cerca, de que cada vez que os hacemos una visita vamos con prisas y corriendo, de que hace una eternidad que no compartimos un rato tranquilo. Y no me gusta que estéis siempre de un lado para otro, porque si os pasase algo... si ocurriese cualquier cosa y no pudiese estar ahí... creo que no me lo perdonaría.

Lo abracé. Dejé que se desahogase y luego le aseguré mil veces la verdad, que nosotros estábamos bien, estábamos pasando una época maravillosa juntos y recorriendo el mundo, estábamos disfrutando después de mucho trabajo. Quería que lo entendiese y que aceptase que, si surgía algún imprevisto, no era su responsabilidad. Nada de aquello lo era.

―Y no intentes ser perfecto, cariño. Me he mordido un montón de veces la lengua durante estos últimos años porque le prometí a tu padre que dejaría de darte consejos relacionados con el trabajo. La empresa es tuya y solo tuya, así fue como quedamos, pero déjame decirte tan solo que me hagas caso en eso. Confía en otros. No te pongas toda la carga.

Teddy asintió con la cabeza y después me escuchó embelesado mientras nos bebíamos un chocolate caliente y le contaba la última ruta literaria que habíamos hecho, la de Crimen y castigo y Los hermanos Karamázov en San Petersburgo. Nos habíamos aficionado a leer las novelas antes y mientras visitábamos algunos lugares. La Divina Comedia en Florencia o La Metamorfosis en Praga. Cuando nos despedimos, parecía más relajado.

―¿Has hablado con él? ―preguntaste en el ascensor, aunque era más una afirmación.

―Sí. Y antes de que me lo reproches, te diré que le he dado algunos consejos. Pero no como socio ni como jefe, tenía que hacerlo como padre, ¿lo entiendes?

Dudaste un segundo antes de asentir.

―Ahora sí. Ahora lo entiendo.

StarlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora