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No fue una década fácil para nosotros, Sirius. De hecho, diría que fue la peor. Tu tío nos dejó y, no mucho después, mis padres. Murieron tan solo con unos meses de diferencia. Decidí abandonar el trabajo, porque sencillamente no podía más y necesitaba tiempo para mí mismo. Tú estabas algo apagado, pero, pese a todo, volvimos a descubrirnos el uno al otro en medio del camino. Si algo bueno podemos sacar de entonces, fue eso.

En cierto modo, nunca entendí por qué llegamos a alejarnos. ¿Qué nos pasó? Seguíamos siendo nosotros. Supongo que, a veces, estamos tan ocupados mirándonos el ombligo que no nos paramos a pensar qué sentirá la persona que tenemos al lado, qué etapa estará pasando, qué le ocurrirá. Nos dejamos llevar por la marea y somos incapaces de cambiar de dirección, porque es más cómodo seguir y seguir y seguir sin mirar atrás; el problema es que, en ocasiones, cuando de repente te giras, has dejado de ver la orilla y te has perdido del todo.

Tú y yo nos encontramos. Volvimos a mirarnos.

Volvimos a querernos bien y a pensar en el otro.

Y nos enfrentamos juntos a los problemas que vinieron. Como al cambio de Alphard cuando empezó a crecer y a volverse cada vez más problemático, sobre todo cuando repitió el último curso. Teddy, en cambio, empezó a no necesitarnos. Fue duro, sobre todo para ti, que siempre estabas ahí para él, tendiéndole la mano incluso antes de que te lo pidiese. Pero también fue una nueva aventura ver cómo empezaba a estudiar y se hacía cada vez más independiente. En dos años, nos presentó a tres chicas. Ninguna te pareció lo suficientemente buena. Dijiste, literalmente, que «no le llegaban ni a la suela de los zapatos».

―Empiezas a comportarte como un viejo cascarrabias...

Me reí mientras tú refunfuñabas por lo bajo. Grité cuando me cogiste y los dos terminamos en el sofá. Parecías entre divertido y malhumorado, todo a la vez.

―Solo he cumplido cincuenta. Y son los nuevos cuarenta.

―¿Te lo has tomado en serio? ―Solté una carcajada.

―Eres cruel. Eres un hombre cruel y muy malo.

Volví a reírme y después nos quedamos mirándonos unos segundos, respirando aún agitados, con tu cuerpo junto al mío en el sofá. Te acaricié el pelo. Lo tenías salpicado de canas, pero a mí me gustaban, te daban ese aire intelectual y atractivo que siempre habías tenido. A pesar de las arrugas que los rodeaban, tus ojos seguían siendo profundos e intensos. Y tus labios... la sonrisa que esbozaban era mi perdición. Te sujeté de la nuca antes de besarte despacio, uno de esos besos que hacía tiempo que no nos dábamos.

―Aún estoy joven para muchas cosas, ¿sabes?

―Vas a tener que demostrármelo para que te crea.

―Maldito seas... ―Me desnudaste. Ya casi nunca solíamos hacerlo así, de forma improvisada, pero aquel día fue divertido y excitante. Nos reímos. Nos susurramos tonterías al oído. Nos unimos un poquito más. Dibujamos una nueva constelación, porque sí.

Aunque fueron unos años difíciles con Alphard, creo que lo llevamos todo lo bien que supimos hacerlo. No hay ningún manual sobre cómo ser buenos padres que se pueda seguir al pie de la letra y había días en los que nos sentíamos asfixiados, en los que tú te cabreabas más de la cuenta o yo me agobiaba por no poder entender qué le estaba ocurriendo, pero tras unas semanas difíciles siempre volvía a llegar la calma.

Alphard no tenía mucho interés en los estudios. Un día te escuché gritarle en su habitación, diciéndole: «No tienes ni idea de los sacrificios que tu padre ha hecho para que tú puedas tener ahora una educación. No tienes ni idea de lo que era antes no poder acceder a nada parecido. Y tú lo tiras a la basura». Saliste dando un portazo.

Casi siempre estabais enfadados, si no era por sus notas en clase, era por las compañías que frecuentaba o porque nunca llegaba a casa a la hora que habíamos acordado con él y nos quedábamos despiertos hasta las tantas, preocupados; tú fumando en la ventana del dormitorio mientras yo leía en voz alta alguna novela compartida para no pensar más de la cuenta hasta que aparecía y os enzarzabais en otra discusión que terminaba igual que las demás.

―¿Qué vamos a hacer con él?

―No lo sé... ―contesté, porque era cierto, no tenía ni idea. Alphard aún seguía cediendo conmigo, pero contigo era más duro, casi como si te viese como a un rival. Parecía mentira que años atrás fueses su héroe, ese al que perseguía por todas partes.

―Esto no puede seguir así, Remus.

―Ya. ―Apagué la luz de la lámpara.

Aquel año, a pesar de que no trabajé, estuve bien a nivel personal. No sé si es porque lo necesitaba o porque aún no había decidido qué deseaba hacer a continuación. Anhelaba encontrar algo que de verdad me motivase y me ilusionase, pero no quería precipitarme. Por suerte, tenía una lista de cosas que quería hacer y teníamos ahorros tras vender la casa de campo y, más tarde, el piso de tu tío. Así que me apunté a un curso de inglés solo por el placer de hacerlo y también decidí sacarme el carné de conducir. Tú me ayudaste con las prácticas.

―Gira a la derecha...

―Vale. Derecha.

―No has puesto el intermitente.

―¡Claro que sí! Te estarás quedando sordo.

―Remus... ―Pusiste los ojos en blanco.

―Está bien, tienes razón, no lo he puesto y aún tienes algo de oído. Pero lo de la vista sí que tienes que mirártelo, deja de retrasarlo más o será peor.

Frené delante de un stop del polígono en el que hacíamos las prácticas y tú resoplaste.

―Veo perfectamente.

―No es verdad. Corriges los exámenes con la nariz pegada al folio y casi nunca puedes leer lo que pone en las etiquetas de los alimentos cuando vamos al supermercado.

―La letra es diminuta ―te quejaste.

―¿Qué pone ahí? ―Señalé el cartel de lo que parecía ser un almacén de muebles.

―Ehh... ―Frunciste el ceño―. Pone: «Tenemos muelas...», no, eso no tiene mucho sentido. Vale, ya veo lo de abajo, «sofás, sillas, mesas...».

―Pone: «Tenemos muebles de segunda mano; sofás, sillas, mesas...»

―He acertado la mitad.

―Necesitas gafas, Sirius.

Unas semanas más tarde, poco después de que aprobase el examen práctico de conducir, te convencí finalmente para que fuésemos a una óptica. Te quedaban bien las gafas, no sé por qué te resistías tanto; además, ni siquiera tenías que usarlas a todas horas.

―Estás guapo. De verdad.

―Si tú lo dices...

StarlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora