30

623 125 23
                                    

El sábado tú llevaste a Alphard a un partido de quidditch del colegio y yo aproveché esa mañana para pasar un rato a solas con Teddy, ir a compras algunas cosas para el almuerzo antes de acabar en una de nuestras cafeterías preferidas del centro y pedir dos batidos enormes de chocolate.

―¿Qué está pasando con papá? ―me preguntó.

―Nada, cariño. Nada que deba preocuparos.

―¿Os vais a divorciar? ―Me miró serio.

Creo que hasta ese momento ni siquiera se me había pasado por la cabeza la idea. Daba igual la mala racha que estuviésemos viviendo, nunca valoré esa posibilidad. Quizá porque el mero hecho de imaginarlo me dolía tanto que no podía pensar en nada más.

Yo te quería. Siempre te he querido.

Incluso en los peores momentos.

―No, Teddy, claro que no.

―¿Por qué estáis enfadados?

―Es difícil de explicar... ―Removí el batido, incómodo, porque no sabía cómo hablarle de aquello a nuestro hijo. Ya no podía tratarlo como a un niño. Tampoco como a un adulto―. No hay... no hay una razón concreta por la que estemos enfadados.

―No lo entiendo ―contestó.

―Es como un estado de ánimo.

―Ya. Pero papá te quiere.

―Lo sé, y yo también a él.

―Echo de menos cuando estabais bien, cuando os veía leer juntos o cuando él te acompañaba a alguno de tus viajes de trabajo ―dijo en voz baja, casi en un susurro, sin ser consciente de que esas palabras se me iban a clavar en la piel con fuerza.

Porque nuestro hijo tenía razón, Sirius.

Nos queríamos. ¿Qué estábamos haciendo?

Nos habíamos abandonado. Me habías mentido.

Y era cierto, había dejado de escucharte. De mirarte.

Aquel sábado por la noche, mientras seguía masticando las palabras de Teddy, tú apareciste en la cocina y me preguntaste si necesitaba ayuda. Cualquier otro día te hubiese dicho que no solo porque me resultaba más cómodo estar solo, pero en ese momento asentí y te pedí que pelases las patatas mientras yo terminaba de preparar el aliño para el pescado.

Hicimos la cena juntos, codo con codo.

No hablamos, pero el momento no fue incómodo, sino calmado, sencillo. Como antes. Dentro de aquella cocina, mientras el aroma de la cena flotaba en el aire, volví a sentirme un poco más cerca de ti. Cuando me quitaste la cuchara para probar la salsa, nuestros dedos se rozaron y ninguno de los dos se apartó. Quizá parezca tonto, pero se me aceleró el corazón ante aquel gesto. Y hacía tanto que no latía por ti de esa manera...

StarlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora