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Me hacía gracia tu reloj interno. Si estábamos de vacaciones, dormías más que nadie. Sin embargo, cualquier día normal acostumbrabas a levantarte antes de que saliese el sol. Lo recuerdo especialmente porque siempre te decía que no había nada más placentero que abrir los ojos aún en la cama y quedarse un rato entre las mantas observando la primera luz de la mañana. «Y tú te lo estás perdiendo», añadía. O quizá era que, cuando despertaba y veía tu hueco en el lado derecho, ya empezaba a echarte de menos.

Como de costumbre, eso fue lo que encontré aquel día.

Me puse la bata y cuando entré en la cocina sonreí al ver que habías ido a la panadería de la esquina para comprar dulces recién hechos. Me serví café y fui hasta el salón. Estabas sentado en el sillón con el cuerpo inclinado hacia delante y los codos apoyados en las rodillas sin apartar la vista del televisor. Alzaste la barbilla cuando me viste. Sonreíste. Empezaste a morderte las uñas. Parecías preocupado pero también feliz.

―¿Por qué estás tan raro?

―Voldemort ha muerto.

Y entonces una nueva palabra se coló en la vida que conocíamos. «Incertidumbre». Pero pronto entendimos que a veces hasta los mejores cambios implican sacrificios y riesgos.

StarlightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora