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POV ANAJU

Blanco, ahora mismo me veo de blanco, pero no soy capaz de salir al exterior donde están mi mi madre, Ana, Sam y Mai. No sé si es el miedo, pero hay algo que me impide salir a fuera para que me vean vestida de novia.

El vestido que me he probado es el séptimo y ninguno de los anteriores nos convencían, pero este me había dejado sin palabras, parecía hecho a medida, parecía hecho para mi. Me podía imaginar yendo al altar, y ahí lo veía a él, a Hugo, con su traje hecho a medida y con su sonrisa tan característica. Y es que ahí estaba el problema, no me lo podía permitir, tan solo habíamos compartido unos cuantos besos y unas cuantas caricias, pero se quedaban ahí, había algo que nos impedía a los dos seguir.

- Ana -era la voz de mi madre- ¿Todo bien? ¿Necesitas ayuda?

- Sí, todo bien -me arreglé el vestido nerviosa- ahora salgo

Respiré profundamente, intenté eliminar cualquier pensamiento negativo de mi mente y recordar que tan solo lo hacía para ayudarlo a él, tan solo tenía que seguir con esto un poco más y ya está, por mucho que yo quisiera que este momento fuese real tan solo me podía quedar con esta ficción tan bonita.

- Creo que es este -abrí la puerta del vestidor y dejé que las 4 mujeres más la dependienta me vieran

- Madre mía de mi vida -dijo Ana

- Sal -me ordenó Sam- deja que te veamos mejor

Me dirigí hasta la tarima donde me subí y ellas se colocaron a mi alrededor para verme desde todas las posiciones posibles. Podía ver en sus caras asombro y sobretodo emoción, cada una de ellas sonreían y estoy segura que ahora mismo se habían olvidado que esto tan solo era un espejismo.

- No creo que haga falta que te sigas probando vestidos -dijo Mai

- Yo tampoco

Ninguna era capaz de decir nada, tan solo mirábamos a los espejos intentando encontrar algún fallo el problema es que no había ninguno y por mucho que mirásemos lo íbamos a ver cada vez más perfecto.

Dirigí mi mirada a Ana y ahí estaba ella, con lágrimas traviesas que caían por sus mejillas y una gran sonrisa que demostraba su gran ilusión por la celebración de la boda y yo tan solo me podía sentir peor persona. Pero terminé por caer una vez que dirigí la mirada a mi madre, ella intentando aparentar normalidad, queriendo que sus ojos aguosos no se notasen. En su interior ahora mismo habría una batalla campal como me estaba pasando a mi; había el bando de la fantasía donde estaba yo probándome el vestido para mi futuro marido que me amaba. Pero en el otro bando estaba la realidad, estaba la mentira luchando para ser el vencedor y sin ninguna duda se iba a aliar con los remordimientos para ganar esta batalla.

- Me podéis dejar un momento a solas con ellas -me referí a mis mejores amigas

- Claro -Ana y mi madre asintieron y se fueron las dos, mientras Ana le comentaba lo preciosa que estaba

Una vez que se fueron y tan solo quedamos nosotras tres, el silencio se volvió a instaurar, me volví a mirar al espejo y en el momento que fui capaz de admitir que todo esto era una mentira la primera lágrima traicionera no dudó en atravesar mi mejilla.

Cayó una,

Cayeron dos,

Cayeron tres

Y perdí la cuenta para no poder dejar de llorar y ser incapaz de verme en el espejo por las lágrimas que dificultaban la visión. Un nudo en mi pecho se instauró y miles de pensamientos empezaron a rondar por mi mente pero ninguno era claro, mi cabeza tan solo daba vueltas y me era imposible concentrarme en una sola idea.

Mis piernas empezaron a temblar y mi cuerpo parecía que estaba en llamas que me quemaban en el interior, mi garganta intentaba encontrar alguna manera de respirar pero era imposible conseguirlo. Podía oír sus voces a lo lejos, intentaba encontrar ese salvavidas que me rescatará pero cada vez sentía como miles de espadas se clavaban en mi pecho impidiendo cualquier sonido de mi garganta. Y me hice pequeñita, el suelo se convirtió mi mejor amiga, mi cuerpo se volvió pequeño y mis brazos abrazaron mis piernas con dificultad. Intentaba saber donde estaba, no quería perder la cabeza, tenía que ser fuerte y no podía dejar que los demonios salieran a jugar, mi deber era luchar y hacer que la paz llegara a mi.

Las manos de mis amigas me acariciaban la cabeza lentamente y las manos, podía oír sonidos pero entender las palabras estaba siendo el juego más difícil para mi.

Poco a poco, mis lágrimas se calmaron y tan solo salían poco a poco, mis piernas seguían temblando y mis manos estaban blancas de intentar parar el movimiento de estas. Pero otras manos me hacían pequeñas caricias en el pecho intentando aliviar la tensión que sentía ahí y otras me acariciaban el pelo intentando relajar mi mente.

- Sh, estamos aquí contigo -empecé a entender esas palabras- no te vamos a dejar, nunca lo haremos

- No estás sola

Y poco a poco pude volver a mi cordura, me aferré a los brazos de Samantha queriendo conseguir estabilidad, mi cabeza no dejaba de dar vueltas y el dolor estaba haciendo acto de presencia. Mis piernas se sentían pesadas y el pecho parecía haber sufrido miles de apuñalamientos sin ninguna compasión.

- Soy una mierda de persona -fui capaz de decir

- No lo eres -pude descubrir la voz de Mai- no lo vuelvas a decir -volví a sollozar- eres la mejor amiga que se pudiera tener

- No lo soy

- Tú no has hecho nada malo,

- Sí que lo he hecho -y llegó ese recuerdo a mi- le prometí que no me enamoraría y he roto la promesa

- ¿Estás segura? -preguntó Sam

- Creo que sí

- ¿Crees?

- Cuando me he visto con este vestido no he podido evitar imaginármelo a él en el altar, ha habido un momento que me creía que él me amaba de verdad y que nos íbamos a casar porque los dos queríamos -suspiré- me he dado cuenta cuando de que quiero que Hugo tan solo tenga ojos para mi

- ¿Tú quieres que sea verdad?

- Sí -volví a sollozar- creo que siempre lo he querido inconscientemente

- ¿Y que vas a hacer?

- Es una partida de tres donde yo tengo todas las cartas para perder

Siempre ha sido ella // AnahugDonde viven las historias. Descúbrelo ahora