Capítulo 1: El extraño reencuentro.

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En la actualidad.

Me detuve un segundo cuando observé el periódico sobre la lavadora. A ver la fotografía del hombre alto y de cabello negro allí suspiré y luego hice una mueca.

El único, eso era él, el único hombre que cuando caminaba causaba que las mujeres y hombres lo miraran boquiabierto, no solo por su belleza ni por su dinero, sino por su sola forma de caminar. Se creía el dueño de la ciudad, del país, casi del mundo, lo era prácticamente y yo me sentía desde hace mucho tiempo atraída hacia él.

—Ana Luisa, Ana Luisa —llamaron a mi lado y miré detrás de mí para encontrarme de lleno con mi jefe—. ¿Qué demonios haces?

Él observó la ropa que aún tenía en mi canasta.

—Nada —murmuré y continúe metiendo las cosas en la lavadora.

Evité regresar mi vista al pedazo de papel. El idiota de mi jefe solo negó y continuó molestando a otras mujeres del lugar. Suspiré. Llevaba cuatro años trabajando para el Hotel Cielo Azul como una de las lavanderas y nunca había logrado entender al hombre.

Siempre me he preguntado de qué te sirve ser la mejor alumna de la escuela en la vida real. Yo encontré este trabajo luego de mi graduación y mis buenas notas no habían hecho una diferencia. Es mentira eso de que si te esfuerzas lograrás tus deseos, yo lo sabía. Ya hacía tiempo que dejé de pensar como una niña con sueños y me convertí en una mujer con deudas.

Justo luego de terminar de ordenar la ropa en unas bolsas, finalizó mi turno de casi diez horas y como siempre, caminé rápidamente por las calles oscuras de regreso a lo que era mi hogar, ingresé en la vieja casona donde vivía y llegué al cuarto que estaba en el último piso, el tercero. Este era más grande que las demás habitaciones, pero extrañamente más barato, o eso creí yo cuando llegué. En la noche descubrí por qué nadie lo quería.

Ratas, el lugar había sido habitado por enormes y horribles ratas que la consideraban su hogar, claro, hasta conocerme y salir huyendo.

Como era tarde me arrastré a la cama y me dejé caer, me negué a quitarme mi ropa y solo me dormí apenas mi cabeza tocó la almohada.

El resto de la semana estuvo igual, como siempre, como los meses y años anteriores. Conmigo trabajando en el mismo lugar y haciendo exactamente lo mismo. Y solo por esto había generado una especial personalidad. Una donde no podía mantener la boca cerrada, donde el exasperar a ciertas personas me era muy divertido, y donde, por más que lo intentara, ya no era capaz de imaginarme en un futuro.

Un día cubrí en su turno a una compañera de trabajo mientras ella iba a ver a su hijo a la escuela. Sin darle importancia usé mi único día libre de la semana y acepté. Tomé su uniforme de mucama y el carro lleno de implementos y me dirigí hacia las habitaciones para limpiarlas.

Las primeras horas fueron normales. Limpiar las habitaciones luego de que los clientes las dejaran, cambiar sábanas y pasar la aspiradora por la alfombra. Simplemente tuve que hacer lo mismo que se hacía en una casa, solo que más rápido y menos minucioso. Fue a eso de las dos de la tarde cuando sucedió lo impensado.

—¡Ey, tú! —me llamaron.

Levanté la vista para observar a un hombre de cabello blanco vestido con un elegante traje, acercándose rápidamente hacia mí, seguido de dos mujeres. Al leer su gafete me di cuenta que estaba ante el gerente del hotel.

—¿Si? —pregunté, una excelente pregunta.

—Ve a la suite principal y encárgate de ella.

—Claro —murmuré y me dirigí hacia el lugar.

—No lleves eso —apuntó el carro—. Ve al cuarto y permanece allí todo el tiempo que lo requieran. Y no te encargues de nada más aparte de las personas que se alojan en la habitación.

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