Capítulo 30: No es difícil fingir.

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Luego de jugar un rato con Roger y comer un simple sándwich, me puse uno de los piyamas de seda y me acosté en mi cama para observar el techo de mi habitación y revolverme en mi miseria.

—Debes cumplir con tu palabra —me dije.

Me había comprometido a estar casada con Patrick Sinclair por un año y, el hecho de que estuviera enamorada, no cambiaba eso en nada. Solo hacía más difícil mi vida cerca de él.

Entonces todo se resumía a una cosa: fingir que nada había cambiado entre los dos, que todo esto seguía siendo un negocio, además de una ocasión para obtener placer.

Gemí contra mi almohada y la golpeé.

Sí, es tan fácil fingir que no se ama a alguien con quien compartes diariamente. Volví a quejarme. Pero no podía irme, alejarme de él, ya el solo hecho de pensar en algo así me generaba una especie de pánico.

Me cubrí con la sábana y abracé mis piernas.

Desperté en la misma posición. Sola. No es que no haya despertado sola antes, pero algunas veces, me había sorprendido al despertar y ver a Patrick a mi lado, durmiendo.

Suspiré y bajé a la cocina, allí tomé una cerveza del refrigerador y me senté en el sofá frente al televisor. Estuve bebiendo allí cerca de una hora sin prender el aparato hasta que oí la puerta abrirse. Hice una mueca y me acosté en el sofá. Cerré los ojos y fingí que dormía.

Fingir.

Fingir.

Fingir, repetí muchas veces en mi cabeza.

Solo fingir.

Fingir que no lo amaba en verdad.

Fingir que lo amaba en público.

Fingir que no me molestaba que él fingiera que me amaba en público sabiendo que no es así.

Solo debía fingir por el resto del año. Los seis meses que quedaban iban a ser una tortura para mi cabeza.

Como lo escuché llegar a la sala moví mi rostro en la dirección a la almohada y suspiré.

No quería verlo, no hasta que mi corazón le hiciera caso a mi cabeza y comenzara a fingir.

Los pasos de Patrick se detuvieron justo a mi lado. Estuvo allí largos segundos hasta que se alejó. Volví a suspirar e intenté dormir. Pero no pude al oír sus pasos regresar y sentir que algo me cubría. Volvió a alejarse y esperé unos segundos antes de observar la manta sobre mí.

Me quejé.

¿Por qué hacía esto? ¿Por qué debía ser dulce cuando no quería que lo fuera?

Por estas cosas había caído hasta lo más profundo del hoyo, eran sus detalles los que se habían convertido en el último clavo de mi ataúd.

Minutos después me senté y miré alrededor. Caminé afirmando la frazada alrededor de mi cuerpo y llegué a la puerta de su oficina. Solo dudé un segundo al ver su puerta abierta. Entré.

Él estaba en su silla inclinado hacia atrás.

—Patrick —lo llamé suavemente, me miró enseguida—, ¿estás bien?

Se veía cansado y tenso.

Asintió y me observó fijamente.

—¿Un mal día? —pregunté.

Sonrió un poco.

—No por completo —aseguró, me observó de pies a cabeza —antes del almuerzo me divertí bastante.

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