Capítulo 27: ¿Fiesta?

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Cuando llegamos al lugar de reunión, una discoteca que la universidad había arrendado por la noche solo para los alumnos, nos tomó unos minutos encontrar estacionamiento. Antes de bajarme del vehículo observé detenidamente la vieja camioneta a un lado y luego el automóvil de Patrick. Parecía una comparación entre algo viejo y usado y algo nuevo, en todo sentido de la palabra.

—Oye —tomó mi brazo y me hizo mirarlo —siempre he tenido una duda.

—¿Cuál? —lo miré fijamente, curiosa.

—¿Cuántos años tienes?

Arrugué mi frente un segundo.

—Voy a cumplir veintitrés.

Arrugó aún más su frente.

—Casi eres una adolescente, como mi hermana—. Alcé una ceja y me puse de pie.

—¿Cuántos años tienes tú? —claro, él no sabía que yo sí lo sabía.

—Voy a cumplir veintiocho.

Abrí mi boca fingiéndome sorprendida.

—Eres casi un anciano, no te lo habían dicho.

Ahora él alzo una ceja.

—Y tu hermana no es una adolescente, menos yo.

Caminamos hacia el lugar. Observé alrededor buscando a las chicas y al no verlas arrugué mi frente un segundo, luego casi salté del susto cuando alguien piñizco mi trasero.

Me giré enseguida y volteé mis ojos al ver a Sofía allí. Solo que no me miraba a mí, observaba a Patrick, quien miraba en dirección a mi trasero, probablemente preguntándose cómo reaccionar ante eso.

—¿Tu eres Patrick? —soltó Marcela acercándose por detrás de Sofía.

Mi marido la miró enseguida y le sonrió.

—Ese sería yo.

Sofía me miró un segundo y alzó una ceja.

—No hagas eso —la regañé por su atrevimiento y luego miré a Marcela.

—Tú debes ser Marcela —dijo él, miró a Sofía —y tu Sofía.

—Esa sería yo —lo imitó, Patrick alzó una ceja enseguida.

Llegué a su lado.

—¿Vinieron solas? —pregunté.

Sofía volteó sus ojos.

—Claro, solo tú eres la mujer desgraciadamente casada—. Ahora Patrick arrugó su frente y me miró un segundo.

—Déjala en paz —dijo Marcela —y no le hagas caso —miró a Patrick —esta celosa.

Sofía soltó un bufido.

—Nos encontraremos adentro con los chicos de nuestra clase.

—¿De la tuya o la mía? —pregunté.

—Ah, verdad que tú eres de primero —soltó Sofía, sonrió suavemente —y de la nuestra, conoces a la mayoría.

Alcé una ceja, luego tomé la mano de Patrick e ingresamos al lugar. Él me empujó un poco hacia atrás para susurrarme.

—¿Siempre son así?

Lo miré y asentí.

—Sí, pero no son malas—. Volteó sus ojos.

—¿Y siempre hace eso?

Lo miré confundida y salté al sentir que piñizcaba mi trasero, luego me reí.

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