Capítulo 48 : Debes confiar en tu instinto.

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Dos días antes del final decidí visitar a Patrick en su oficina, repetir lo que habíamos hecho hace tanto tiempo. Tener otro recuerdo de él, pero no resultó como esperaba. Cuando llegué suspiré al darme cuenta de que mi visita había sido por nada, Patrick no estaba en su oficina, ni siquiera en el edificio, y si él no estaba no tenía motivos para estar allí.

—Ana Luisa —me llamaron y me giré para ver a Rodrigo desde el otro lado del pasillo—. ¿Qué haces aquí? —arrugué mi frente al oír su voz, al parecer había estado bebiendo.

—Vine a ver a Patrick, pero no está así que me voy—. Él observó alrededor un segundo, no había nadie a nuestro alrededor.

—Espera, ven aquí un momento que quiero mostrarte algo —dudé un segundo, pero aun así llegué cerca de él.

Rodrigo se movió lejos de la puerta de su oficina y entré sin muchas ganas. Llegué cerca del sofá de cuero negro y lo observé llegar a su escritorio.

—Mira —apuntó una revista y la tomé.

Arrugué mi frente al ver a Patrick en ella, con una mujer, era la misma revista que me había mostrado Catalina hacía unos días.

La mujer tendía a llamarme y pedirme una reunión solo para mostrarme estas revistas, y extrañamente yo seguía reuniéndome con ella.

—Ya había visto esto.

Me alejé un poco.

—Entonces debes saber que es su nueva amante—. Cerré los ojos un segundo al oírlo.

—No, no es así.

Claro que no, me dije.

—¿Por qué no? —lo miré—. Lo fueron antes, ¿por qué no lo serían ahora?

—Porque no —terminé diciendo, esto ya me estaba molestando.

¿Qué le pasaba a la gente con esa revista? ¿Les gustaba restregarme esas imágenes en la cara?

—Lo más probable es que cuando ustedes se divorcien él vuelva con ella, siempre lo hacen, es como un viejo hábito para el par.

Apreté la mandíbula. Esta conversación no me estaba gustando.

—Si es así es asunto de él —suspiré—, pero sé que él no está acostándose con otra mujer.

Me estudió unos segundos antes de encogerse de hombros.

—Sabes cuantas veces he visto a chicas como tu enamorarse de él —me congelé en mi sitio—, muchas y nunca ha cambiado por nadie, no lo hará por ti.

Suspiré temblorosamente. Sus palabras eran las que me hacían tener miedo, las que me perseguían. Y qué si tenía razón, me regañé, eso no lo sabría hasta que esto acabara.

—Esto es una tontería —apunté la revista—. No sé qué quieres de mí y si no es importante no me interesa.

Rodrigo rodeó su escritorio y se detuvo frente a mí, me agarró del brazo sorprendiéndome e intentó acercarme a su cuerpo.

—Has cambiado —murmuró demasiado cerca.

—Déjame —casi gruñí, saliendo de mi estado de mudez.

Rio.

—¿Quién diría que el dinero te haría tan bien?

Logré alejarme de él y moverme unos pasos lejos.

—¿Qué crees que estás haciendo? —no debí entrar a su oficina si sabía que estaba ebrio—, es mejor que me vaya.

—Vamos Ana —murmuró—, no sabes aceptar una broma —observó mi cuerpo de pie a cabeza, su lengua apareció para acariciar sus sabios, me estremecí —o un buen negocio.

—¿Qué? —jadeé.

—¿Qué? —se encogió de hombros—. No puedo ofrecerte el dinero que Patrick te dio, pero si puedo pagarte muy bien por una noche.

Increíblemente rápido apareció a mi lado y me agarró de los brazos. De repente estaba acostaba en el sofá con él sobre mí.

Jadeé sorprendida.

—Rodrigo —lo llamé, intenté empujarlo pero él ya estaba besando mi cuello.

Cálmate me dije, esta borracho, debes salir de aquí.

—Basta —me quejé y empujé sus hombros con fuerza, no se movió.

Cuando comenzó a tocarme me asuste de verdad, pensé en gritar, sabía que alguien me oiría, pero dudaba de si eso ayudaría en algo. Al final de cuentas, si solo lograba alejarme de él podría salir del lugar.

—Rodrigo —intenté razonar con él—, esto no está bien, no puedes hacer esto, soy la esposa de tu amigo.

Rio contra mi cuello y cuando se levantó aproveche para empujarlo lejos de mí. Como cayó al piso salí del sofá rápidamente, pero al darle la espalda me agarró de los brazos y empujó hacia él.

Me giró con fuerza y me besó. Solo puede alejarme de él luego de unos segundos.

—Dímelo —apretó mis brazos dolorosamente —dime que me deseas, sé que lo haces.

Me quejé y luché contra él.

—Te deseo —dije incrédula y molesta, lo miré a los ojos—. Nunca —susurré —déjame.

—¿Por qué haces esto? ¿Quieres que él continué siendo tu marido? —gruñó molesto.

—No, lo único que quiero es que esto termine, que el año acabe—. Me empujó de nuevo y chocamos con el escritorio.

Intentó besarme, pero al no poder me zarandeo.

—Te tendré de muchas formas —amenazó—, te lo aseguro.

—Rodrigo, suéltame —jadeé.

De nuevo me empujó hacia el sofá, solo que ahora ya no me sentía capaz de rechazarlo. En verdad estaba asustada, sentía que un sudor frío corría por mi espalda.

—Dime cuanto quieres y te pagaré, no es lo único que te importa.

Al oírlo reaccioné enseguida. Mi rodilla se estrelló con su sexo. Me soltó apenas me sintió.

Cuando me alejé de él caminé rápidamente hacia la puerta.

—Zorra —casi gritó.

Lo ignoré y salí de la habitación.

Cuando cerré la puerta observé la mesa de la secretaria, pero no había nadie. Tragué y me obligué a relajarme, solo que cuando oí ruidos desde la oficina di un salto asustada y me alejé enseguida.

Ya lo único que deseaba, era estar en casa.

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