capítulo cinco.

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Mingyu estaba casi seguro de que su secreto era sabido, en ámbitos lejanos, solo por Chanwoo. Más allá de él nadie más era consciente de lo que Minhee era de él, o al menos eso pensaba. Siempre decía que era su hermanita menor cuando le preguntaban, aunque muy pocas veces habrá sucedió algo como eso. Ciertamente prefería que Minhee permaneciera oculta del resto, pero no es algo que pudiera hacer realmente.

Hasta hace poco tiempo, la última vez que fue a ver a Chanwoo, éste le dijo que no iba a poder ayudarlo más con respecto a los mantenimientos de la casa y escasamente en los cuidados de su pequeña cuando él tenía que rebuscárselas para conseguir trabajos. En pocas palabras, lo abandonó. Chanwoo era la única maldita persona que podía ayudarlo, que sabía todas las mierdas que atravesó para criar a Minhee solo. Chanwoo fue gran parte de la vida de ella también, le enseñó cientos de cosas que sabía que él como padre jamás podría inculcarle.

Ahora, alguien más aparte de él sabía que tenía un pequeño rayito de sol que lo iluminaba todos los días y alentaba a ser una mejor persona, ese azabache de ojos felinos adornado por unas delicadas gafas. Fue muy curioso, porque juró haberlo visto alguna vez en su ajetreado mundo, esos orbes con millones de preguntas por hacer pero que permanecían callados ahogando las dudas, los vio.

—¡Papi, mira lo que te traje! —su bonita hija interrumpió su cabeza poblada de problemas, regresó a la tierra mirándola con una sonrisa.

—¿Qué tienes para papá? —preguntó curioso, apoya el codo sobre la superficie donde intentaba terminar sus trabajos para la universidad y descansa su mejilla en su palma. Sí, a pesar de tenerla siguió estudiando, sino, ¿como iba a mantenerla? Sus veintidós años tenían que servir de algo a su favor. Frente a él Minhee depositó un plato, allí yacían panes tostados untados con una cuestionable mermelada, también había una taza que humeaba un apetecible aroma. —Minhee...

—Aprendí a usar la tostadora hace poquito... —la niña jugueteaba con sus dedos. —Quería que lo probaras y me digas qué tal sabe, seguro tienes hambre y en un rato debes irte a trabajar.

—Ah, mi dulce princesita. —Mingyu salió de su trance en el que tenía ganas de llorar, tomando a la niña entre sus brazos y sentándola sobre su regazo. —Perdón por no ser yo quién te cocine, pero cuando consiga el-

—El suficiente dinero tendrás tiempo para mi. Lo sé, papi. —Minhee interrumpió, con un poco de desilusión en sus palabras. Mingyu quedó sorprendido ante la inteligencia de su pequeña. —Come lo que preparé, el té se va a poner frío.

—Debe estar delicioso... —Mingyu expresa mientras tomaba la primera tostada, al morderla pudo sentir el quemado desplazarse por toda su boca. Minhee había utilizado la mermelada para cubrir ese accidente. —¡Está delicioso, princesa!

—¿En serio? —los ojitos de ella brillaron contentos. —Me alegro que te hayan gustado, papá.

—Mi princesita es todo una genio. —Mingyu se encarga de acabar, al menos, con la mitad de la tostada. Logró reemplazar el sabor cuando le dio un largo sorbo al té. — ¿Por qué no comes conmigo? Creo que no podré terminarlo solito.

—No, las hice especialmente para ti. —alejó su rostro en el momento que su padre acercó el pan con intenciones de hacerle morder un trozo. —Yo ya comí uno mientras los preparaba.

—Qué astuta —ríe él. —Te pierdes del manjar.

Mingyu continúa comiendo lo que su pequeña con mucho esfuerzo preparó. Se sintió mal, porque no estaba bien que su hija de casi siete años le esté preparando algo para comer cuando el que tendría que encargarse de eso era él, él tenía que cuidarla y darle todo su amor como ella siempre hace. Que mal padre.

𝙏𝙍𝙊𝙐𝙑𝘼𝙄𝙇𝙇𝙀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora