22• Confía en mí.

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Especial Park Jinyoung ½.

Al cerrar la puerta del auto, me coloco el microauricular en el oído izquierdo, paso el cable por detrás de mi oreja y lo conecto con la diminuta fuente de poder antes de guardarlo en el bolsillo interno de mi saco. Observo a Jaebeom, a mi lado, quien dispone del pequeño micrófono en la parte interna de su camiseta, siendo esta tapada por su chaqueta.

—¿Listo? —le pregunto a mi compañero.

Él asiente, y yo enciendo el motor, pisando el acelerador con más fuerza de la que en realidad quiero ejercer. El viaje es silencioso, cargado de tensión hasta llegar al lugar donde pactamos que lo haría bajarse, con la intensión de que nadie lo vea llegar en auto.

—Sip.

—Repasemos una vez más —indico—. Él ya sabe quién eres, ahora dime, ¿qué es lo que le dirás?

—No es muy complicado, Jin —se queja.

—Entonces dímelo.

—Simplemente estoy buscando pasar un buen rato —contesta con pesadez—, tengo contactos y he sabido de Devan Bélanger pero sé que no es muy fácil dar con él, sin embargo, me siento tentado ya que ofrece de los mejores productos que se puedan obtener. O al menos, eso dicen las malas lenguas —añade con picardía y no puedo evitar sentirme asqueado.

—Bien.

—¿Te quedarás aquí? —inquiere con naturalidad.

—¿Estás loco? No. Yo bajo.

Mi amigo pone los ojos en blanco.

—Te quedarás lejos, ¿no?

—Sí, sí.

—De acuerdo, para asegurarme de eso, no sabrás en dónde estoy.

—¿De qué mierda estás hablando ahora?

—Te quedarás aquí mientras yo bajo—pronuncia con una paciencia fingida—, me verás desaparecer detrás de aquella pared —apunta con el dedo—, y esperarás entre cinco y diez minutos antes de bajar del auto y posicionarte por allá —señala otro punto, donde se extiende un centro comercial con unas escaleras altas ocultas por unos cuántos árboles—. Escucharás en paz y sin interrupciones, ¿de acuerdo? Yo te diré en el momento en el que estaré volviendo. ¿Entendiste?

—No me hables como si fuese estúpido.

Mi amigo eleva ambas cejas, como si contradecirme fuese una discusión tonta en la que no vale gastar saliva. Yo niego con la cabeza y deslizo mi manga en mi brazo para ver la hora.

—Tienes que estar ahí ahora mismo —le informo.

—Perfecto.

Desabrocha su cinturón de seguridad y abre la puerta para poner un pie fuera.

—¡Enciende el micrófono! —le advierto y él vuelve a rodar los ojos— ¡Y tu auricular!

—Sí, Jinyoung-ie.

Sin ánimos de reírme ante su comentario, lo veo pasar frente a mí en dirección a aquella pared por la que desaparecerá en segundos, manteniéndome centrado a sus órdenes, dispuesto a esperar de cinco a diez minutos para salir de este vehículo. Quito con bronca la llave del cerrojo y la guardo en mi bolsillo para luego cruzar ambos brazos sobre mi pecho bajo la precepción de que cada maldito minuto en realidad son cinco. Mi pierna comienza a moverse frenética sobre la alfombra del auto y paso una de mis manos por mi cabello. Respiro profunda y lentamente por la nariz y exhalo por la boca formando una pequeña o con mis labios. Devuelvo mis ojos al reloj de muñeca. ¿Dos minutos han pasado? No puede ser.

Las reglas de un corazón roto. #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora