7• Toma mi mano.

76 9 61
                                    

La puerta choca de un golpe seco contra la pared cuando la abro demasiado fuerte sin ser consciente de ello. Mi cara se arruga en un enorme "ups" cuando ya es demasiado tarde para poder detenerla y en el fondo agradezco que el departamento esté a oscuras, porque significa que no hay nadie.

—No hay moros en la costa —comento a Oliver.

El chico destensa su cuerpo, descruzando los brazos que tenía sobre su pecho para reincorporarse y entrelazar sus dedos en la manija de su valija para adentrarse conmigo.

—¿Estará en Los Ángeles? —pregunto, al tiempo que mi compañero cierra la puerta.

—No lo sé, Paige.

Esta tarde, apenas he tenido la oportunidad de cruzarme con mis padres, o más bien, así lo planeé. No quería irme de allí sin despedirme, pero tampoco pretendía pasar demasiado tiempo con ellos. Aquel sentimiento inconcluso me sigue invadiendo cada vez que los veo, y agradezco que ellos me den mi espacio, si es que eso es lo que están haciendo. Pero, en ese pequeño momento, me arriesgué a preguntar por Yugyeom, quería saberlo realmente, quería saber si él ya había llegado, porque si ese chico se tomó un avión para ir a aquella ciudad y visitar a Mark, significa que su esencia todavía no está muerta. Todavía existe el Kim Yugyeom que solía ser.

Pero aún no estoy segura de aquello, ya que mis padres no tienen idea todavía de si el muchacho llegó a Los Ángeles, porque no contesta las llamadas.

En el lugar más profundo de mi pecho deseo que sea porque él también necesita tiempo para distraerse y pensar y no porque le pasó algo.

De repente, la imagen de su torso ensangrentado, la camisa manchada y rota, el arma y la nota me vienen a la cabeza, invadiéndome con una culpa que no sé de dónde mierda estoy sacando.

—¿Tienes hambre?

La pregunta sale de mis labios junto con un suspiro. La he formulado para aislarme de mis propios pensamientos, como un punto aparte para poder continuar con el resto de la noche y todos los días que continúen en los que no sepa nada de Yugyeom. Necesito pensar en otras cosas, necesito olvidar. Necesito...

Abro una de las alacenas para agarrar una sartén, no sé para qué, si todavía no he decidido qué cocinar, ni siquiera tengo idea de qué es lo que hay en la heladera que esté comestible o si tiene algo siquiera.

—Oliver... —estiro, esperando su respuesta.

Se emite un silencio demasiado largo para mi gusto y entonces me detengo con el corazón latiéndome en el medio del pecho. La peor situación se está formando en mi cabeza y ahora tengo miedo. Temo volver a llamar su nombre.

Pero entonces un pequeño suspiro se oye justo hacia mi derecha. Atemorizada, comienzo a voltearme, encontrándome en seguida solo con Oliver. Mis pulmones respiran con tranquilidad, sin embargo mis ojos lo fulminan, entornándose con tanta fuerza que hasta podrían hacerme doler la cabeza.

—¿Por qué haces silencio, maldita sea? —reclamo entre dientes— ¿Me quieres matar?

En su rostro se expande la paz y la tranquilidad, cuando, clavando sus pupilas en las mías, niega con la cabeza en un movimiento simple. Mi ceño se frunce, estoy a punto de enarcar una ceja cuando su cuerpo se estampa contra el mío, abrazándome.

Me quedo estática. Me ha tomado por sorpresa.

Sus extremidades me rodean por la cintura con tanto cariño y tensión que uno solo de sus brazos es suficiente para envolverme de un lado a otro. Mientras tanto, su mano libre se posa entre mis omóplatos, y su barbilla descansa en mi hombro, posicionándose en el ángulo perfecto para que mi cara quede oculta en su cuello. Yo trago saliva, sintiendo miedo por primera vez por todo lo que Oliver es capaz de ver a través de mí. Parpadeo pausadamente, cuestionándome si no leerá mis pensamientos, dejándome llevar poco a poco por el encuentro, aceptando el abrazo de forma natural, devolviéndole el apretón, acabando por agarrar el cuello de su camisa entre mis puños, explotando en un llanto que necesitaba salir hace rato.

Las reglas de un corazón roto. #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora