2• En un día de lluvia.

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Antes de despertar, presiono mis ojos con fuerza, sintiendo el dolor punzante en mi cabeza.

Oh, dios mío. No puedo ni con mi vida.

Suelto unos cuántos quejidos mientras me revuelvo en el colchón, está matándome.

Respiro profundamente, permitiéndome recordar poco a poco la salida de anoche con Oliver, hasta que de repente una pequeña sonrisa se forma en mi rostro cuando mis ojos ya están completamente abiertos, observando por la ventana la ciudad fuera y la lluvia que arrasa con el viento, provocando que haya niebla. Por un momento las lágrimas amenazan con invadir mi visión, nublándomela por completo. Hacía tanto que no me levantaba con resaca. Años. Y la última vez que lo hice, al mirar por la ventana, un cielo despejado y una playa con las olas rompiéndose a lo lejos era lo que me recibía.

Extraño todo eso.

Lo extraño demasiado.

Cubro mi cabeza con las sábanas y desprendo un pequeño llanto, casi sin poder concentrarme porque el dolor de cabeza me está consumiendo. Y entonces recuerdo a mi psicóloga, dejar que otros pequeños problemas me molesten, me permite dejar a un lado la verdadera razón que no me está permitiendo avanzar. Me destapo poco a poco para volver a mirar por la ventana, la angustia me abraza, pero lo hace tan fuerte que me genera deseos de volver. Trago saliva. No solo he dejado Los Ángeles porque Yugyeom quería seguir con su vida y hacer lo que realmente amaba; sino porque, tanto Mark como yo amábamos esa ciudad, ¿por qué yo debería tener el privilegio de quedarme, cuando él no podía? Así que simplemente lo hice. Y no juré nunca más volver, pero en caso de hacerlo, no miraría las cosas de la misma manera, casi ni prestaría atención.

Ni siquiera he aceptado quedarme con cosas suyas. Mi madre insistió con que me arrepentiría si no lo hacía, y luego de una pequeña discusión me entregó una caja con pertenencias que le correspondían, la cual está escondida en un rincón del ropero, nunca me he atrevido a abrirla. No quiero saber qué hay ahí. No me lo merezco.

Sin embargo, es este momento en el que estoy extrañando tanto Los Ángeles que llego a pensar que es una mejor forma de recordar a Mark. Y es extraño, porque en el fondo aún persisten todos mis sentimientos que me empujan hacia atrás, diciéndome que no. Que no debería. Que no puedo. Pero ese otro lado, que quiere tomarme de la mano y obligarme a hacer una locura de último minuto, me está presionando fuerte, y hasta me crea un calor familiar en el pecho, haciéndome divisar una sonrisa en mi mente, y esa sonrisa tiene la forma exacta que la sonrisa de Mark.

Yo amaba su sonrisa.

Era insoportablemente perfecta. Siempre se la he envidado. Sus colmillos bien marcados, los dientes increíblemente parejos, él cerraba sus ojos y se convertía en la persona más pura y confiable del mundo. Hubiese dado lo que sea por verla, aunque sea un segundo más. Por abrazarlo, un solo segundo, antes de que ocurra lo que ocurrió. Si era inevitable, solo hubiese querido poder sentir su abrazo, y sentirme protegida, de la misma forma en la que, me he sentido cada vez que estaba con él. Llorar en su pecho de felicidad y tranquilidad, porque estando con él, sin importar a dónde íbamos, yo me sentía en casa.

Quería sentirme en casa.

Aún quiero sentirme en casa.

Quiero ir a casa con él.

Me pongo de pie, finalmente despejando mi mente para acercarme a la ventana y observar mejor los edificios afuera, la calle mojada, los autos paseando por ambos carriles y la gente abrigada, luchando con sus paraguas. Giro sobre mis talones encontrándome con la puerta cerrada, lo que me causa un escalofrío, nunca cierro mi puerta del cuarto. Pero al abrirla la preocupación y los malos recuerdos de disipan al sentir un exquisito aroma a comida, proveniente desde la cocina. ¿Oliver está cocinando? Frunzo el ceño ante el agradable pensamiento y camino hasta allí, encontrándomelo de espaldas, compenetrado en condimentar. Una sonrisa incontrolable se me escapa de los labios al verlo tan distraído y concentrado, descubriendo las muecas que hace como si estuviese pensando para sí mismo. Me desplazo suavemente para tener un mejor panorama justo cuando él despega la cuchara de madera de lo que parece ser salsa y apenas se la acerca a la boca para probar, saborea entre cerrando los ojos, perdiendo su mirada en el techo y entonces se muerde el labio justo antes de pasar su lengua por ellos, entonces asiente. Deja el cucharón a un lado para luego revisar la hora en su reloj de muñeca.

Las reglas de un corazón roto. #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora