⸙ 29 ⸙ la rousse

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Podrían pasar segundos, minutos, horas y Angeline jamás se cansaría de sus universos de papel, esos universos que con un bolígrafo o pincel podían pasar de un lienzo en blanco a toda una historia que cobraba vida en el canvas de su mente

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Podrían pasar segundos, minutos, horas y Angeline jamás se cansaría de sus universos de papel, esos universos que con un bolígrafo o pincel podían pasar de un lienzo en blanco a toda una historia que cobraba vida en el canvas de su mente. Eso era lo que sucedía ese día, un día como tantos otros donde la pequeña Angeline perdía la noción del tiempo en otra de sus obras de arte.

No solía dibujar cosas más allá de su imaginación, pero por esa vez quiso plasmar algo de lo que pudiese identificarse: su ser interno, en un mundo creado a base de la perspectiva de sus ojos. Una pequeña princesa, con ojos brillantes y cabello que caía hasta su cintura en dulces ondulaciones, quien vestía una corona de flores en la cabeza y un vestido metálico como armadura mientras se abría paso en un mundo sombrío, lleno de criaturas malvadas, pero a su vez pequeñas criaturas brillantes que le guiaban a casa. Maquinó todo un final felíz para esa historia, un final que le hizo soñar y...

Suspiró al pensarlo, ella siempre había deseado ser una princesa, no se esperaba el momento en el que pudiese hacer un giro inesperado y recibir su tiara para así bailar una canción dulce y sinfónica rodeada de sonrisas. Sería un desafío de cierto modo, ya que a Angeline le aterraban las miradas, pero valdría la pena sí era un cuento de hadas, ¿no? Valdría la pena por el final felíz algo más de atención que la acostumbrada.

Sonrió, ellos no podían engañarla. Ella sabía que sí era una princesa, esa corazonada tenía que ser válida.

Porque según su fuente fiable de cuentos de hadas, las canciones emocionales jamás mienten. Esos giros de valentía y deseo siempre significaban algo, una especie de cambio, un inicio de una historia. Su cuento sin duda tendría que comenzar con música.

Pero de pronto escuchó el tocar de una puerta y, de repente, se sintió asustada.

Angeline sentía verdadero pavor cuando se trataba de situaciones nuevas y arriesgadas, incluso aunque se tratasen de situaciones no tan complejas. El mundo era demasiado grande, y siendo tan pequeña e indefensa, siempre estaba asustada de recibir daño. ¿Y qué sí un nuevo extraño con sonrisa amable llegaba y no resultaba ser tan amable como creía? ¿Y qué sí no quería tan sólo jugar a las muñecas? ¿Y qué sí la canción se convertía en dolor otra vez?

Sus ojos se humedecieron, su piel temblaba, Angeline no quería ser herida de nuevo por villanos que rompiesen su vestido de princesa. De tan sólo pensarlo, hundía su cabeza en sus rodillas y susurraba por piedad al aire. En el fondo no le gustaba sentirse sola, pero prefería estar sola a dejar entrar a nuevos humanos que pudieran hacerle daño. Su piel era débil, su corazón a veces le parecía papel, y un rasguño podía significar hacerla arder entre las llamas. Los monstruos bajo su cama se habían metido en su cabeza, ¿Por qué abriría la puerta para dejar entrar a más?

Se sintió tan asustada que de desvaneció, fue allí cuando alguien más tomó el control.

Queenie tuvo que examinar su alrededor por un par de segundos para entender qué hacía ahí, pensando en sí algún alter habría dejado algo a medias. Cuando escuchó el timbre sonar por segunda vez y un dibujo sin terminar, supo perfectamente de quién se trataba y concluyó en que no debía de preocuparse mucho, sabía que Angeline era fácil de asustar. Decidió entonces tomar su dibujo, colocarlo en la mesa y abrir la puerta, encontrándose con un rostro que se le hizo familiar: se trataba de la novia de Saorise ¿o acaso habían roto? Juraría haber escuchado a Saorise llorar por algo, aunque también sabía que Saorise podía llorar por casi cualquier cosa. Trató en esforzase en recordar su nombre, pero entre tantos nombres con M como inicial Queenie realmente lo había olvidado.

Chains Of Promises╺╸Madelaine PetschDonde viven las historias. Descúbrelo ahora