Capítulo XIII: Culpas

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En voz de Darrell

Soledad. No recordaba que fuese tan fría e inerte. Había olvidado lo que se sentía. Me había acostumbrado tanto a su presencia, que no me di cuenta que él era la melodía en mi caos y la suave brisa de mi oscuridad.

¿Ahora qué haría? Sin él, el mundo me volvía a parecer marchito y monótono.

Al día siguiente después de su partida, escuchaba los comentarios en los pasillos de la academia como se burlaban de él, aun cuando Zack ya no estaba. Me hervía la sangre cuando los escuchaba. Pero busqué la calma en las palabras que me decía Zack en momentos así. Aun cuando ese mundo lo juzgaba y hería, el seguía aferrándose a lo bueno que había, y me transmitía esa bondad con sus consejos.

Solo Zack me había hecho pensar diferente. Él me había mostrado que aun existía la amistad desinteresada y el amor verdadero. Gracias a ese chico vi el color brillante en esta sociedad sin sentimientos. Sin darme cuenta estaba enamorándome del motivo para creer en el mundo. Pero al ser nuevo en este tipo de emociones, confundí el cariño de hermano, con amor de verdad. Y ahora que se ha ido, veo con más claridad que estoy enamorado de Zack.

Traté de negarlo muchas veces. No creía que era posible. Él era el hermano que la vida me regalo. ¿En qué momento comencé a darme cuenta de lo que realmente sentía? Tal vez después de leer esas simples frases con una gran carga, o después de apreciar desde otra perspectiva los sentimientos que se escondían tras una capa de amor fraternal.

Aun ahora desconfío de mis propios sentimientos. Puesto que ellos fueron los que me traicionaron, haciéndome creer en lo que no podía ser. Gracias a ellos, solo podía ver días oscuros en mi porvenir.

Maldito el día que todo se desmoronó. Maldito el momento que entré en su habitación. Maldito el instante en que leí su frase de amor. Pero más maldito yo, que no supe cómo reaccionar y terminé por ser quien tiró la piedra que desencadenó la destrucción.

No pensé que su mirada llena de tristeza fuese tan amarga, en comparación al dulce sabor de sus labios. Y tampoco pensé en las consecuencias de ese acto profano.

Aunque Zack asegurase que no era mi culpa, yo sabía que si lo era. Yo era el motivo de sus llantos y tristezas. Me odiaba por eso. Pero lo que aun más odiaba era el no poder expresar lo que en realidad sentía por él. No era un simple cariño de hermano, como creía hasta aquel nefasto día. Sino que era algo mucho más profundo, tal vez igual a lo que él tanto se reprimió.

Inclusive el momento en que lo vi partir, deseaba detenerlo y confesarle mis sentimientos. Pero no tuve el valor y simplemente me limité a despedirlo desde la ventana. Con lágrimas en los ojos observaba cómo se alejaba, mientras que por dentro gritaba que lo quería.

Una semana después de su amarga ida, el dolor de su ausencia se acrecentaba aun más. Ni el tiempo apaciguaba el punzante dolor del puñal de su recuerdo.

Tal vez era el precio a pagar por mi débil voluntad.

Pero la razón me abofeteaba de repente, recordándome a mala gana al deber al que estaba atado. Tenía una responsabilidad con mi padre y la familia Dreamgarden.

A partir de ese momento, cuando acepté el deber de casarme con Amelia por el bien del reino, ya mis decisiones no solo me afectaban a mí, sino que a mi familia y la de ellos. Tampoco podía simplemente olvidarme de eso.

Me encontraba en una encrucijada. Lo que anhelaba y lo que debía hacer. Ambos caminos cubiertos por espinas y rocas filosas, y ninguno prometía un paraíso al final de él. Simplemente tenía que caminar por el que menos daño causaba. Aunque sin importar cual escogiese, igual terminaba lastimando.

Crónica de los magosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora