Capítulo XXXIII: La propuesta

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El etéreo batir de alas de una mariposa puede causar un tornado implacable al otro lado del mundo. Nuestras decisiones, por más minúsculas que sean, tienen un impacto a todo lo que nos rodea, aun cuando parezca mínimo.

Aun tomando en cuenta que nuestro acto no fue para nada sutil, las consecuencias de éste resultaron ser más violentas de lo que anticipamos.

A pesar que habían pasado apenas unas horas, ya nuestras cabezas tenían un alto precio dentro del ejército. La devastación del Escuadrón Celeste había sido la noticia más sorpresiva de esos tiempos, inclusive superando la rebelión de la Región Sur.

Obviamente nadie se esperaba un acto así de temerario y ominoso. El revuelo estaba por doquier. El temor florecía en los corazones de los altos mandos militares y en los habitantes de las regiones cercanas.

Se pensaba que nuestro ataque fue provocado por un grupo enviado por el sur. Todo con el fin de desestabilizar la región cercana a la capital y le enviara un mensaje certero a la corona. Aunque la verdad no podría estar más alejada. Aunque ciertamente los del sur no desaprovecharían de la oportunidad de atribuirse el ataque con tal de mostrarles su poder al resto de las regiones.

Realmente no nos importaban mucho los temas políticos. Nuestro único objetivo era rescatar a Tom y volver a estar todos juntos. No nos importaban los conflictos existentes entre la corona y los duques del sur.

Con todo el ajetreo y estrés, obviamente mi trabajo se vio acrecentado de forma gigante. Aunque se tratara en su mayoría de trabajo de oficina, manejar tantos papeles cansaba la mente y fatigaba el cuerpo de múltiples maneras. Aunque con todo sacrificio hay una recompensa. Gracias a ello tenía acceso casi ilimitado a documentos importantes e información de primera mano. Aunque obviamente tenía que ser muy cauteloso, más que antes.

Todos respiramos tranquilos cuando supe que, de toda la información que presumían tener, al final nada era realmente consistente y no tenían idea de nuestra identidad. Prácticamente se tuvieron que quedar con las suposiciones e hipótesis que no podrían estar más alejados de la realidad.

—Lewis gracias por toda la ayuda de hoy —dijo el señor Haizea mientras terminaba de arreglar la última tanda de documentos antes de irme.

—No tiene que agradecerme. Solo cumplo con mi trabajo —le aseguré.

—Claro que no, tú vas más allá. Por alguna razón, siento que todo este trabajo no es tan tedioso gracias a ti. Debería agradecerte con una cena, ¿qué me dices? —su propuesta me tomó totalmente de sorpresa.

Nunca había sido invitado a una cena, solo para dos. Era bastante extraño para mí sentirme tan nervioso.

Era muy cierto que desde que comencé a trabajar con él, trataba de hacerlo lo mejor que podía, primordialmente por mi doble intención, pero con el pasar de los días me fui acostumbrando y simplemente lo hacía porque quería.

El señor Haizea me miraba expectante, esperando una respuesta de mi parte.

Pensándolo bien, me parecía raro que en todo el tiempo que llevaba trabajando con él, nunca había mencionado a su esposa o familia. Aun cuando la oficina quedaba en su casa, no vi ninguna señal de ello.

Él era bastante agraciado. Su trabajo con el ejército lo dotó de un cuerpo definido que se notaba por encima de la ropa. Su barba apenas perceptible le sentaba bien con su edad. No me imaginaba que no tuviese esposa e hijos.

Decidí no pensarlo mucho. Mientras más normales pareciese, menos sospechas levantaría.

—Está bien. Aunque tengo que ir a mi casa primero —le dije. El sonrío enormemente y asintió.

Crónica de los magosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora