Capítulo XLI : Destrucción

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En voz de Darrell

El día de la dichosa fiesta por fin había llegado. Solo quedaban unas cuantas horas de molestia hasta que todo el asunto terminara.

Me sentía muy incomodo siendo rodeado por gente que ni siquiera conocía. La mayoría solo eran oportunistas que buscaban aprovecharse de la situación. La madre de Amelia no hacía más que presumirles a todos sus invitados sobre nuestra boda y lo gloriosa que sería.

Tuve que aguantarme la presencia de mi tío Eliot junto con mi primo Royd. Ninguno parecía haber cambiado nada en el tiempo que estuve lejos de casa. Royd no hacía más que presumir de sus supuestas habilidades y otras tonterías que a mí no me importaban. Ver su rostro, me hacia desear golpearlo, ya que recordaba todos los malos momentos que le hizo pasar a Zack. Una vez aguantado unos minutos de falsa cortesía, me alejé de ellos.

Invité a Rufel para que me hiciera algo de compañía. Al menos él era alguien con quien podía conversar de verdad.

—Vaya, vaya. Nos vemos de nuevo, Darrell Rosewald —dijo una voz femenina detrás de mí. Inmediatamente supe de quien se trataba.

Al girarme, me encontré con la sorpresa que no solo era Camile, sino también estaba Berenice. Ambas estaban vestidas de forma muy elegante. La primera, llevaba puesto un vestido blanco con gemas azules. Mientras que Berenice llevaba puesta una túnica rosa y negra, que parecía las alas de una mariposa. Llevaba recogido el pelo con una pinza con una mariposa en un extremo. Realmente eran muy bonitas.

—¡Que sorpresa! —las abracé a ambas—. No quiero sonar grosero, pero ¿cómo dieron con la fiesta?

—Recuerda que soy hija del duque Permafrost —señaló Camile—. Vengo representando a la familia.

—Yo vengo acompañando a la Pilar Luz. Dijo que su invitación incluía a dos escoltas y pues, yo soy una de ellas —explicó Berenice.

Ahora que lo recordaba, esta última había sido elegida por Iris Leuchtend después que yo fui escogido por el Escuadrón Ceniza. Me alegraba mucho que también perteneciese a un escuadrón especial.

—El cuarteto se unía de nuevo —dijo Rufel, también muy feliz por verlas—. ¿Cómo te trata el Escuadrón Dorado?

—Bien. Todos son muy amables y la capitana Iris es una santa. Su hábito resplandece tanto como su Magia de Luz.

Ya la había visto y parecía más una monja que una capitana de escuadrón con ese atuendo que llevaba. También parecía brillar tenuemente.

—El capitán Zen no pudo venir. Aunque sospecho que tampoco quería estar en este lugar —dijo el hombre escuálido—. No le gusta estar entre tanta gente. Se parece a alguien que conozco.

—Sé lo que se siente. Cada vez que paso al lado de alguien, siento como soy observada de pies a cabeza. Y escucho como susurran de mi —señaló Berenice.

—Solo tienes que ignorarlos. Todos son unos patéticos —aseguró Camile. Ella no lo pudo expresar mejor.

Estuvimos conversando por un buen rato, hasta que apareció de repente Amelia, junto a ella estaba una mujer joven con una túnica floral y con el cabello adornado por minúsculos pétalos violetas. No había tenido la oportunidad de hablar con ella, pero sabía de quien se trataba.

—Es un placer conocerla, señorita Sabella —la saludé mientras me reverenciaba en señal de respeto. Antes de ser la tía de Amelia, era la Pilar Flores y capitana del Escuadrón Lavanda. Eso era ya de por si era motivo de respeto.

—El placer es mío. Por fin tengo el placer de conocerte y hablar contigo —aseguró con amabilidad. La sensación que transmitía al hablar era muy parecida a la de Amelia. Dulce y cálida con cada palabra—. Espero que mi bella sobrina no te esté causando ningún problema.

Crónica de los magosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora