Capítulo XXXIV : Cena

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Esperaba inquieto y ansioso en la sala de la casa. Aunque tratara de relajarme, no había forma y no entendía por qué.

Luego de unos minutos que parecieron horas interminables, escuché que una carreta se estacionaba enfrente de nuestra casa. Luego un toque suave en la puerta. Antes de levantarme y abrir, una sombra veloz se abalanzó hacia la puerta y me hizo un gesto para que me detuviera y me escondiera detrás de una pared. No entendía para qué, pero amenazó con no abrir la puerta si no le hacía caso. Ahora más que nunca quería matar a Jack y luego que la tierra me tragase.

—Buenas tardes —saludó mi jefe apenas el chico de cabello bicolor abrió la puerta—. Estoy buscando a Lewis.

Mi amigo no mostró ni pizca de disimulo al escanearlo de pies a cabeza.

—Ya lo llamo, pase adelante —lo invitó—. Disculpe el desorden, una casa llena de jóvenes no es precisamente sinónimo de una casa ordenada. Me llamo Abel, por cierto.

—Mucho gusto. No sabía que Lewis vivía con alguien más —dijo él.

—¿Enserio? Qué malo es Lewis —ya mi vergüenza había llegado a niveles astronómicos.

Mi jefe rió e hizo un gesto de despreocupación. Jack cruzó la puerta hacia la sala donde yo estaba.

—¿¡Qué estás haciendo, para qué lo hiciste entrar!? —le reclamé en un susurro para que el señor Haizea no me escuchara.

—Tranquilo, tengo todo planeado —aseguró. Luego me miró con picardía—. No está mal tu jefe. Te felicito, tienes buen gusto —no me interesaba su opinión, solo quería que dejara de hacer esas cosas raras.

—¿Ahora qué quieres que haga? —inquirí con fastidio.

—Vas a salir como si nada. Y fíjate muy bien en la expresión que va a poner. Un gesto dice mucho más que las palabras.

Suspiré derrotado. No podía hacer otra cosa que seguirle la corriente a mi amigo. Ya había hecho lo que me pedía, no tenía de otra.

Intenté por todos los medios posibles eliminar cualquier rastro de nerviosismo. Respiré en repetidas ocasiones antes de salir, tratando de controlar mis extremidades correctamente para no cruzar las piernas y caer enfrente de mi jefe. Eso sería lo peor de lo peor. Nunca podría volver a verle la cara.

—Estoy aquí —avisé. El señor Haizea estaba observando una pintura que recién había terminado Jack. Era un retrato de Ipsy bajo la sombra del gran árbol del mundo. Realmente era muy bonito.

Luego de girarse para mirarme, quedó inmóvil y con la mirada fija en mí. Tragué fuerte y continúe caminando, suplicando a los dioses para no tropezar. El me miraba de pies a cabeza, luego lo volvía a hacer de nuevo. En ese instante entendí a lo que se refería mi amigo.

—V-vaya, te ves muy diferente —aseguró. Yo simplemente me sonrojé.

—G-gracias. Mis compañeros me ayudaron un poco —le dije.

—¿Nos vamos ya? —preguntó, a lo que asentí.

Antes de cruzar el umbral de la salida, mi amigo apareció nuevamente.

—Nos vemos, que pasen una buena velada y espero que lo traiga sano y salvo —le dijo a mi jefe. Éste solo rió un poco nervioso.

Intenté apresurarme antes que continuara avergonzándome. Ambos subimos al carruaje y una vez dentro, solté un suspiro aliviado. Ahora me sentía mal por lo que mi jefe tuvo que presenciar.

—Es un personaje peculiar —mencionó el hombre.

—¡Lo siento mucho! —me apresuré a disculparme.

Crónica de los magosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora