Especial: Chapter XVIII

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- Especial (Parte III)

- "El Francés y la Hija del Terrateniente Inglés"

El calor del verano se dejaba notar cada vez más. El radiante sol de aquella estación se proclamaba líder de los meses venideros. Las criadas de la mansión McQuaid Relish, en la mayor parte de sus labores se aborrecían de ellas por el putrefacto calor que ni siquiera el más rápido de los abanicos podía contrarrestar.

Habían pasado dos semanas desde el encuentro de Clarise y Eric. La noche que él la había rechazado. Al salir del tajante establecimiento y mirando con desdicha por última vez el "Boheme", se adentró al carruaje que Eric había pedido para ella. Se sentía avergonzada, humillada y lo que más odiaba, usada.

Al llegar a la mansión pasadas las 12, su madre entraba en cólera. Mientras su padre yacía tranquilo en su espera.

- Ya les dije que era una reunión de sociedad. - Clarise se mostraba indiferente con el tema, no le importaba mucho si le creían.

- Pues espero que haya sido de esa manera. Necesitas un esposo. Nadie querrá casarse con una mujer que ya se encuentre cerca de los treinta años. - sentenció Regina. Ella era una mujer de su época. Y por ello le asustaba el hecho de que su hija menor, con casi veintiocho años, no encontrara una buena propuesta de matrimonio. A pesar de ello, era una mujer de buen corazón.

Con el paso de los casi quince días, Clarise pudo darse cuenta que ella no era importante para Eric. Tenía la pequeña ilusión de que se arrepentiría de lo dicho aquella noche, y volvería a ella. Pero eso no sucedió. Esos últimos días, se había refugiado en sus dibujos, pasión que había encontrado mientras se encontraba tratando su enfermedad en París. Era terapéutico. La ayudaba a liberarse de las aflicciones que la afectaban.

Aún así, no dejaba de pensar en lo que había mencionado Eric sobre las cartas. Sabía que Amelia, su hermana, era básicamente un puente sin exteriorisarse que los ayudaba a mantenerse unidos mediante la correspondencia que ella misma le enviaba con orden de entregársela a Eric. En ese momento, él aún se encontraba siendo vasallo de la propiedad. Así que por las apariencias, Amelia se encargaría de recibir las cartas de Clarise, y entregárselas personalmente a Eric. Pero, tal parecía que eso nunca sucedió. Le costaba creerlo. La única persona que siempre fue consciente de la relación que los unía, era su hermana mayor. Debía confrontarla.

Era un martes, y Amelia llegaría de visita con su esposo el Conde Cholmondeley, desde Liverpool. Llevaban poco más de seis años casados. Con frecuencia durante su estadía en París, la visitaba en compañía del conde. Era un hombre amable y rancio. Delicado hasta la muerte. Sus manos estaban tan ciudadas, que como evidencia de ello sus yemas eran puntiagudas. No era lo que había imaginado para Amelia, pero ella decía estar enamorada, y eso le agradaba. Aunque más bien ya no era Amelia, si no más bien, condesa. Los Cholmondeley ostentaban su título con ancestros que se remontan al año 1705. Más de un siglo siendo portadores del mismo. Aparte de la diplomacia, su gracia le había otorgado tierras con más de 4000 hectáreas donde tenía una de las propiedades más envidiadas de Liverpool. Algunos arrendatarios también se renombran.

El bullicio del ostentoso carruaje sacó de sus pensamientos a Clarise. La cual se encontraba ensimismada. Rasgo característico en ella los últimos días.

El carruaje era enorme. Caballos negros y un lacayo perfectamente arreglado lo llevaban. La puerta del mismo llevaba el escudo familiar de los Cholmondeley. Rojo con ciertas incrustaciones doradas.

El lacayo se apresuró a colocar y arreglar la alfombra roja. Qué petulante pensó Clarise. Y al abrir la pequeña puerta, descendieron sus invitados.

Nos acercamos para darles la bienvenida. Su Padre estrechó manos con Frank Cholmondeley, y Amelia se apresuró hasta Clarise y su Madre. Uniéndose en un flamante abrazo las tres.

La Inmensurable Travesía de un Alma Enamorada. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora