Especial: Chapter XLI

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- Especial (Parte XII)
- "El Francés y la Hija del Terrateniente Inglés".

El estruendoso ruido de los disparos, azotaba el cielo azulado que caía sobre el campo, y llevaba lejos a una nube negra de pájaros, que buscaban refugio con vehemencia. Desde el pasto seco, Eric, Frank y Cam, unidos en línea recta, cazaban animadamente. El sol de la tarde era generoso, y varias aves muertas caían del cielo a medida que se escuchaban los disparos. Frank era un tirador hábil, pero gozaba de una modestia muy alta que le impedía aceptar su cualidad. La suerte, decía él durante todo el trayecto, representaba el motivo principal de su osada hazaña durante la caza. Eric no creía en aquello, su experiencia era precedente. Para Eric la suerte era un espejismo que tentaba a las personas, dando un fiel propósito a sus buenas fortunas. Pero cuando algo salía mal, simplemente citaban a la adversidad de la suerte para no ser responsables de sus actos. Una respuesta universal, o simplemente una excusa que el hombre le da a las innumerables vicisitudes de su camino. Algo que responde lo que ellos temen, responderse a sí mismos. Por lo tanto, aquello de la suerte, no existía. Solo actos buenos y malos, que generaban una consecuencia en el tiempo.

Los hombres habían decidido pautar el encuentro, mientras dos esposas y una prometida se dedicaban a los preparativos iniciales de la boda. Entre ellos, las tentativas opciones de vestido, que usarían. Siendo el más importante, el que sería llevado por Clarise. Telas y joyas fue el tema prodeminante en la conversación de las féminas. Mientras que en los adentros del bosque, los hombres se entretenían con la caza.

Aunque resultara difícil de creer, Clarise aborrecía estar en la Boutique de Madamme Elise. Sin embargo, tratándose de su vestido de bodas, hacía una complaciente excepción. Ella deseaba una boda sencilla, al aire libre. Probablemente en la residencia de los McQuaid, un lugar cómodo e íntimo para realizar los agasajos correspondientes.

Durante un largo rato debió soportar las charlas vacías de muchas damas de sociedad, a las que ella se limitaba solo a sonreír forzosamente, intentando maquillar una respuesta. Mientras Amelia asentía, y su madre escuchaba con sorna. Muchas muestras textiles llamaron su atención, pero el afán de aquellas damas por saber el motivo de su visita a la Boutique, terminaba acabando con su tranquilidad. El único motivo de aquel insistente interés, era el de conocer la razón aparente para volverla, blanco de escrutinio público. Clarise tenía la clara sospecha, que al saber el nombre, del hombre que era el dueño de sus afectos, y por consiguiente, de su mano, las habladurías no cesarían durante mucho tiempo. Pues todos conocían el origen humilde, y el crecimiento repentino de Eric en sus negocios. No obstante, muchas de esas damas, odiaban el establecimiento de Eric, simplemente por ser la fuente de entretenimiento para sus maridos, mientras ellas yacían en enormes mansiones desoladas, siendo infelices.

Era obvio para Clarise, la idea de que detrás de los comentarios hostiles, prejuicios sin sentido y señalamientos perspicaces, solo quedaba una horda de mujeres miserables y frustradas con sus vidas. Por ende, cuando alguien tenía la valentía de hacer algo diferente por sí mismo, pensando en su felicidad, odiaban no gozar ellas con la misma osadía, para que las alejara de su propia desgracia. Condenadas a vivir en paredes frías carentes de amor, en camas deshechas sin pasión y en tertulias hastiadas de la misma destrucción.

Muy en el fondo, Clarise sentía cierta inseguridad por ello. No deseaba un marido que la olvidara en segundos, y la recordara por costumbre. Aunque conocía fielmente los sentimientos de Eric, era inevitable no sentir miedo. El Boheme le había traído una posición monetaria de provecho, pero su reputación se había visto completamente mancillada, algo que no era del interés de Clarise. La molestia de aquellas damas, radicaba en que sus compañeros con regularidad, llevaban a sus amantes al establecimiento. Donde gozaban de algunas horas de escasa diversión y juerga junto a sus entretenidas. Por ello, debió aguantar desganada y con tenue educación los juicios que hacían con desdén sobre un seguro infortunio.

La Inmensurable Travesía de un Alma Enamorada. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora