- Especial (Parte VI)
- "El Francés y la hija del terrateniente Inglés"
En una habitación oscura, teniendo solo la luna como fiel confidente de su encuentro, yacían Eric y Clarise. Sentándos en el piso, pese al esponjoso vestido de ella, casi no podía ni ver sus pies. Mientras estaban allí, los presentes en la cena seguían en una consecuente tertulia. Los padres de Clarise, no habían sido percatados de su ausencia. Nadie lo había notado, aunque la excepción era James. Este último sonreía al pensar en su amigo, estando con la mujer que siempre permanecía grabada en su mente. Previamente, no era el único que era consciente de su ausencia, en Lord John latía la duda del paradero de Clarise.
Clarise mantenía su cabeza apoyada en el hombro de Eric, mientras él acariciaba su cabello embriagandose con su olor. Sus manos se encontraban enlazadas. Era como si el espacio que existe entre los dedos fueron hechos para que la mano de el otro llenara ese vacío, se mantuvieran unidas para siempre, sus extremidades calzaban perfectamente.
Nuestras manos están diseñadas para encontrar a la persona perfecta que llene ese hueco físico que se vuelve Espíritu al estar juntos. Los dedos finos y suaves de Clarise acariciaban algunas cicatrices que sobresalían en el dorso de las manos de Eric.
- Nunca me has dicho... - Clarise estaba dubitativa, pero decidió tener valor y preguntar. - ¿cómo te las hiciste?. - terminó diciendo casi en un susurro.
Eric ladeó una inmiscuida sonrisa, y la miró.
- En Francia, tenía unos quince años... -. Eric hablaba a su paso, y Clarise solo escuchaba, sin motivo de apresurarlo. - cuando vivía en el burdel, muchos hombres llegaban con otras intenciones difusas al placer carnal... Algunos querían que robara para ellos. - Clarise tragó saliva y él prosiguió. - Ya gozaba de una reputación como ladrón Mon Ange, y un grupo de hombres llegaron al burdel una noche.. Sabían que me escondía allí.. Entre prostitutas. - dijo esto último con un ápice de sorna en su tono. - acordaron pagarme si lograba robarle una carta que traía consigo un duque, me dijeron que estaba en el bolsillo de su saco. - Clarise se mantenía firme escuchando su relato. - pero cuando entré a hurtadillas a la habitación que habían preparado para él, asegurándome de que no estuviera. Revisé su abrigo, y saqué la carta, recuerdo que tenía un extraño sello. Pero intentando salir el duque me encontró, y sacándome de la habitación a dónde todo el mundo pudiera ver... me propinó veinte latigazos en cada mano. - Mantenía el ceño fruncido y Clarise bajó la mirada con tristeza acariciando sus gruesas y dañadas manos. - Nunca supe de los sujetos que propiciaron el robo, salvo de uno, fue colgado por asesinato. Tomando en cuenta que era un Duque fue un castigo indulgente. No pude mover las manos por una semana, dolía hasta respirar. Elise una de las prostitutas se encargó de curarme... Y tiempo después llegó tu padre. - le dolía recordar su pasado, y Clarise mantenía la mirada en otra parte mientras algunas lágrimas adornaban con angustia sus mejillas.
-. Ma fille (Mi niña), está bien.. Ya no me duele. - mencionó esto en tono dulce mientras tomaba su mentón y hacía que lo mirara. Atrapó sus labios en un corto y tierno beso, y Clarise acarició su cabello escondiéndose en su cuello. - Has sufrido mucho Eric, desearía que no hubieses pasado por nada de eso. - él sonrió y respondió.
-. Puedo soportar todo el dolor del mundo... Pero que tú sufras. - dijo mirándola directamente a los ojos. - Es algo que nunca podré soportar, Mon Ange.- Ella le dió una sonrisa triste.
Eso era cierto, Eric odiaba que ella sintiera dolor. Cuando Clarise entraba en los lapsus de su enfermedad, él la cuidaba. Dormía en el marco de la puerta de su habitación para que no le pasara nada. A veces ni siquiera dormía. Solo se quedaba allí por si Clarise necesitaba algo. La ayudaba a subir y bajar escaleras. Muchas veces la llevaba entre sus fuertes brazos para evitar el cansancio de ella.
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La Inmensurable Travesía de un Alma Enamorada.
Romance- Intentar descifrar el Amor, es francamente imposible. Así que... ¿Por qué colocarle una etiqueta a lo indescriptible?. Si podemos mantener su naturaleza salvaje y a la vez inocente intacta en nuestros corazones.