- Especial (Parte IX)
- "El Francés y la Hija del Terrateniente Inglés"
La mente de Clarise divagaba entre las palabras articuladas por Eric, escasos minutos antes y su repentina puesta en marcha. Entendía su inseguridad por John, pero no la compartía. Su juicio extremista, había sido nublado por un leve ataque de celos, a pesar de ello, Clarise no lo consideraba un problema. El cálido viento que soplaba contra las puertas de la terraza, que momentos atrás habían sido cerradas por lord John, hacia que las mismas crujieran desesperadas. Mientras ella seguía ahí, parada cavando un hoyo en el interior de su cuerpo que perforaba sus adentros, llenándola de tormentas y llevándose sus recuerdos. Atrayendo sus más profundas demencias, en un acercamiento inminente. Pero justo lo que acababa con su sufrimiento, era el rasguño de la voz de él con el murmullo del viento. La sensación que dejaba su tacto encima de su piel, al alejarse, cuando comenzaba a extrañarlo. Y las formas que dibujaban su boca al besarse con paciencia. Solo era eso, un simple y extenso hoyo que prevalecía estando sola, pero se borraba al encontrar su pertinente compañía. La de Eric.
El escenario del cual era protagonista, se trataba de una triste sala de comedor. Suprimidos momentos atrás llena de vida, aunque ahora solo quedaban las migajas de los mensajes desesperados, que invadían el lugar. Las sillas diseminadas y la mesa en posición obsoleta. Aún así, tenía cierta aura. Clarise pensó que a veces, las personas se vuelven poco a poco en los sitios donde conviven. Cierta parte de un lugar, puede tener sus raíces en la persona que lo preserva. O a veces, simplemente el conjunto de recuerdos que se guardan en esa cápsula que los envuelve.
Decidida a evitar que Eric se marchara, Clarise tomó un largo respiro y se dirigió hacia la sala principal de la propiedad. Sus zapatos de tacón medio, sonaban contra el piso. Eran sonidos pausados y controlados. A pesar de que la música que internamente acompañaba a Clarise, era de lo más estruendosa y repleta de nervios latentes. Al llegar a su destino, pudo divisar a todos de pie, en lo que para ella formaba un real simulacro de despedida. Eric se marchaba.
- ¿Te irás tan rápido, Eric?.- preguntó Clarise con cierto dolor en su tono. Eric por su parte, mantenía un semblante fuerte. Las facciones de su rostro parecían estar en una danza entre las gélidas situaciones que lo atormentaban, y las suaves personas que lo acompañaban. Para responder su pregunta, sólo asintió con una leve y triste sonrisa, que dejaba al descubierto las perlas blancas de su boca.
- No te vayas aún...no.. - miró a sus familiares presentes con cautela, y se acercó un poco más a ellos.- Aún no me has leído. ¿recuerdas que siempre lo hacías?.- los ojos de Clarise brillaban suplicantes de su atención. Eric la miró, y con una sonrisa de triunfo, Clarise supo que se quedaría un poco más.
Ella siempre amaba las lecturas de Eric. Años atrás solían sentarse frente al fuego, mientras ella degustaba mentalmente cada palabra que articulaba él. En el día leían en los cerezos escondidos por la parte trasera de la Mansión, y durante la noche, las llamas chispeantes de la chimenea enlazaban el momento.
Regina y Cam McQuaid, se miraban con cierto ápice de complicidad, debido a la insistencia de su hija menor. Sabiendo ambos el porqué de su afán, en cuanto a la presencia de Eric. Amelia por su parte, se dedicaba a resolver el acertijo del sosiego de sus padres durante la escena.
Con vehemencia Clarise se desplazó hasta el pequeño estante caoba, contiguo a la chimenea. De la segunda sección, tomó un libro de poesía y regresó hasta Eric, tomándolo del brazo y de este modo, logrando dirigirlo hasta dos poltronas decoradas por las sombras de las llamas delanteras. Por primera vez, no le importó la respuesta negativa que en su opinión, podrían tener sus padres. Sólo quería que Eric se quedara, y ya lo había logrado.
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La Inmensurable Travesía de un Alma Enamorada.
Romance- Intentar descifrar el Amor, es francamente imposible. Así que... ¿Por qué colocarle una etiqueta a lo indescriptible?. Si podemos mantener su naturaleza salvaje y a la vez inocente intacta en nuestros corazones.